Sábado.
domingo, 22 de noviembre de 2020
La mirada de tigre
miércoles, 21 de octubre de 2020
La ejecución
Martes.
23:28
Ayer,
Ansu Fati marcó un gol con la espinilla para deleite del
frangollero y para espanto de los puristas. Con la espinilla, sí, pero para
adentro que fue la bola, como también acabó en la red aquel otro balón que
golpeó de puntera contra el Celta, aunque algunos estirados se tiraran de los
pelos. Lo importante no fue la estética de los goles, sino que ambos le dieron
puntos al equipo. Aún me acuerdo de un aplaudido y barroco tanto de Tristán
ante el Mónaco, uno de los mejores de la Champions 2003-2004, pero no sirvió para
nada: su equipo, el Dépor, cayó por 8-3.
Hay cierta similitud entre marcar
con la espinilla y hacer el Periódico J. Ambos casos consisten en la búsqueda
de la solución más efectiva para un problema, llámese tener que rematar un mal
centro esquivando la presión de un defensa, llámese tener que finiquitar 56
páginas en cuatro horas entre seis personas. La belleza es algo secundario si
se logra el objetivo: anotar un gol que sea trascendente para el resultado
final o entregar las páginas a tiempo para que la edición de mañana se reparta
a su hora. Qué más da que el remate sea feo o que haya erratas. Al día
siguiente nadie recordará la confección, sólo la consecuencia.
Pero
incluso en el pragmatismo hay escalas. El año lo desconozco, pero tuvo que ser,
supongo, en los impetuosos noventa. El exbético Poli Rincón afrontaba los
exámenes técnicos para sacarse el título de entrenador de fútbol, uno de los
cuales consistía en rematar de cabeza tres centros laterales. Rincón, consumado
cabeceador a pesar de su estilo poco ortodoxo, batió al portero las tres veces,
pero, sin embargo, suspendió el examen. Cuando le pidió explicaciones al
examinador, la respuesta que obtuvo fue contundente: "Usted no ha
ejecutado bien los remates". "¡Pero si he metido los tres!",
exclamó el siempre pasional Poli, quien, a base de remates mal ejecutados,
había marcado más goles en Primera con el Betis que ningún otro. Su récord de
78 tantos lleva sin batirse más de treinta años. Nadie recuerda cómo anotó
ninguno. El 10 de mayo de 1995, Nayim hizo lo más práctico que puede hacer un
futbolista que se encuentra un balón botando en el centro del campo con un
portero adelantado: pegarle fuerte y muy arriba para probar suerte. Aquella
rústica apuesta le salió perfecta. Batió a Seaman, el Zaragoza se impuso al
Arsenal 2-1 y se llevó la Recopa. Fue uno de los únicos cinco goles que Nayim
marcó en cuatro temporadas en el conjunto maño. Nadie recuerda cómo fueron los
tantos de Rincón, todos recuerdan el gol de Nayim. Hacer el Periódico J.
Escribir. He ahí la diferencia.
martes, 13 de octubre de 2020
Despedidas
Lunes.
23:39
María
Elena Higueruelo, en ‘Los días eternos’, asegura que la despedida comienza
mucho antes que la separación, y es cierto. Yo llevo diciendo adiós durante al
menos un año y medio al Periódico J aun sin saber en qué fecha exacta dejaré
esto, pero sé que lo dejaré, y eso me basta en este caso atípico. Las
despedidas no suelen ser tan precoces, sino que empiezan cuando la separación
está cerca. Recientemente he vuelto a comprobarlo. N. y yo hemos dejado el piso
de la calle San Clemente -ni dos semanas hace-, y aunque supimos en agosto que
nos iríamos en octubre, en mi caso los adioses no comenzaron hasta la última
semana de septiembre. Y digo adioses, y no adiós, porque, en efecto, cuando la
separación ya era inminente, mi día a día se llenó de posibles últimas veces.
La posible última vez que miraba por la ventana de ese salón, la posible última
vez que escuchaba al estanquero abrir la puerta del local desde ese sofá, la
posible última vez que usaba la vitro en esa cocina, la posible última vez que
me duchaba en ese cuarto de baño escuchando 'Los mejillones tigre', el posible
último lunes, el posible último martes, el posible último miércoles entre esas
paredes... esto es, las posibles últimas veces de cosas que, en esencia, volveré
a hacer, que volveré a vivir, pero nunca más allí ni en las circunstancias que
al hacerlo allí se daban, nunca más en el espacio único que ocupan esa ventana,
ese salón, ese sofá, esa cocina y ese cuarto de baño, nunca más en la
microparte del universo contenida entre esas paredes. Uno es en cada momento la
suma de cuanto hace y le rodea -de cuanto hace según lo que le rodea- y eso
incluye este conjunto de ripios y nimiedades. Por ello, cuando alguien parte de
un lugar sabiendo que nunca regresará, no sólo se separa de este, sino también
de una fracción de su yo con la que tampoco volverá a reencontrarse y que, con
el tiempo, quedará en el olvido. Dependiendo del caso, tal clase de olvido
hasta puede llegar de forma instantánea, porque incluso en el sincero acto de
decir adiós se cae en la discriminación si no se tiene en cuenta ese
yo-fragmento. ¿Existe una angustia mayor que el miedo a olvidarte a ti mismo?
domingo, 27 de septiembre de 2020
Aniversario
Martes.
lunes, 21 de septiembre de 2020
Parónimos
Viernes.
20:30
A principios del siglo XX, el
publicista francés Auguste Derrière se convirtió en el maestro de lo absurdo.
Fue gracias a su particular concepción del eslogan, de cuyos divertidos juegos
de palabras que provocaban la risa floja del personal hizo su sello inconfundible.
Sin embargo, con el paso de los años cayó, de forma inexplicable, en el olvido.
En esa cueva inhóspita permaneció hasta que un grupo de publicistas decidió
rescatarlo hace algún tiempo. A modo de merecido y necesario homenaje, estos
profesionales elaboraron una serie de falsos anuncios humorísticos basados en
el estilo Derrière y los plasmaron en sendas placas decorativas. Una de ellas
recorrió océanos de tiempo pasando desapercibida ante decenas de ojos hasta
llegar hoy a mis manos en el piso de Toledo al que acaba de mudarse Marta por
trabajo. Sobre un fondo verde esmeralda, un campesino porta una carretilla con
gigantescas mazorcas de maíz que emiten una alegre melodía. "Pour vos
repas musicaux, préferez plutôt le maïs Davis". Quien no pille el uso de
la paronomasia es que no ha hecho de madrugada el viaje de regreso de una boda
en un coche semiautomático sin poder pasar de primera y escuchando Radio 3.
Sábado.
12:42
Ronald Koeman ha comunicado a
Riqui Puig que no cuenta con él en la primera plantilla del FC Barcelona esta
temporada. La noticia ha causado cierta sorpresa, acaso indignación en algún
que otro parroquiano, pero no precisamente porque el jugador haya deslumbrado,
más allá de escasos destellos esperanzadores, cuando ha tenido oportunidades.
Si se analiza el asunto fríamente, el motivo de la indignación o esa clase de
tristeza es que se desvanece la posibilidad de que la búsqueda del ansiado
heredero de Xavi Hernández haya concluido. Sus nombres no son parónimos, pero
sí se asemejan en su estilo de juego y hasta en su morfología. Canteranos,
catalanes, menuditos, dinámicos, amigos del pase en corto y gurús de la
solidaridad en el campo. Ver o esforzarse en ver en Puig al delfín de Hernández
era comprensible, no culpo al culé por ello puesto que la simple idea
emocionaba incluso al blaugrana profano, más aún en época de vacas flacas. Pero
las ansias por cubrir el trono vacío han ocultado durante estos años una
realidad quizá no tan cruda como cabe pensar al principio: Riqui no da la talla.
Al menos, no todavía. Y en cualquier caso, si llegara a conseguirlo, su
cadencia futbolística no será la misma que la de Xavi, del mismo modo que
Auguste Derrière sólo hubo uno y que no existe melodía comparable al 'So what'
una tarde de silencio, cafeína y celaje.
sábado, 8 de agosto de 2020
Veintiséis años
Martes.
20:34
Hoy tenemos suplemento especial de verano. Es
la peor tarde de toda la semana. La redacción es un caos y necesito aire
fresco, aunque lo de fresco en Jaén, en agosto, sea un decir. Salgo a la puerta
a orear la cabeza, como tantas otras veces desde que entré a currar en el
periódico hace ya un año y pico. Poco después empecé este diario que no es
diario -no sé de qué otra forma llamarlo-. También para orear la cabeza. Aquí
mismo, a la entrada de la redacción, escribí el segundo 'capítulo' -el primero
con vocación de formar parte de un todo-. Echo un vistazo alrededor: nada ha
cambiado desde entonces. El concurrido asfalto, la escasez humana, la fachada
del hospital, el amplio silencio. De repente siento nostalgia y cierta pena.
Exceptuando menudencias, yo también soy prácticamente la misma persona que era
entonces. Con las mismas aspiraciones, los mismos sueños. "¿Qué has hecho
para tener esos sueños más cerca, Manu Ibáñez, redactor de Provincia del
Periódico J? ¿Qué cojones has hecho?", me reprocha el yo de 2019. Para
responderme recurro al método socrático. "¿Sabes tú cuáles son esas
aspiraciones, Manu Ibáñez del año pasado, también redactor de Provincia del
Periódico J? ¿Lo supiste en algún momento?" Y el Manu Ibáñez del año
pasado, también redactor de Provincia del Periódico J, guarda silencio. Me
recuerdo que me han publicado tres artículos en dos webs y que eso me puso
contento en su momento. Me digo que he sacado temas importantes en el
periódico. No está mal el de mañana: 'El coche robado en Torrequebradilla que
apareció en Jaén con un muerto'. "¿Importantes para quién?" El
contraataque del redactor de Provincia del Periódico J de 2019 es kloppista.
Ahora decido no responder. No quiero hablar más por hoy. Este año ha sido
demasiado largo.
Viernes.
13:18
Esta tarde entrevisto a 'El
Brujo'. No me he dado cuenta hasta hoy, pero es algo que llevaba esperando
desde... ¿desde cuándo? Siendo muy pequeño, me llevaron a una actuación suya en
mi pueblo, que es también el de su infancia. Pensaron que me iba a quedar
dormido. Normal, con tan pocos añitos. Sin embargo, aguanté hasta el final
ojiplático. Es lo que me cuentan, claro, aunque de aquello retengo algunas
imágenes, entre otras, la de su improvisación fuera de escenario, cuando el
público se retiraba, ya por la Plaza de la Cruz. Su nombre oficial es otro,
pero no lo recuerdo. El de la plaza, digo. Como estoy delante del ordenador,
consulto la hemeroteca. Palabras clave: RAFAEL ÁLVAREZ; fechas: de enero del 90
a diciembre del 95, cuando yo no era ni demasiado chico ni demasiado grande.
Aparecen muchos resultados. 'El Brujo' representó 'El Lazarillo' en
Torredonjimeno en el 90 y 'La sombra del Tenorio' en el 94. Esta última obra
tuvo que ser la que yo vi. Veintiséis años desde ese día hasta la entrevista de
hoy. Veintiséis años esperando algo sin ser consciente de ello. Veintiséis años
que se han pasado de golpe.
miércoles, 29 de julio de 2020
Piterpanes
Jueves.
10:39
El
Periódico J es un barco viejo que se mantiene a flote a duras penas.
Prácticamente lo único que le ayuda a continuar navegando es la resonancia de
tiempos pretéritos y mejores, cuando surcaba las aguas imponente y todo niño
enamorado del mar soñaba con ser grumete en sus filas. Hoy sigue un rumbo lento
e incierto supeditado a las múltiples veleidades del Capitán Garfio. No se
trata este del esbelto y ominoso personaje de la factoría Disney, sino, más
bien, del decadente, irascible e histriónico cacique al que interpreta Dustin
Hoffman en 'Hook' (1991), un sátrapa de ego ciclópeo afectado por el síndrome
Norma Desmond que dirige el cotarro a golpe de látigo y que somete a su
tripulación a una serie de caprichos que convierten la agogé espartana en el
corro de la patata. Hasta comparte con esta caricatura hollywoodiense el arqueo
de cejas a lo media luna, aunque Hoffman, por lo menos, hace gracia.
Igual que el personaje original de J. M.
Barrie, el Capitán Garfio del Periódico J agota los días a ramalazos obsesivos,
si bien cambiando la espada por la pluma, que, ya se sabe, es más poderosa. El
tipo esgrime la palabra con cuestionable destreza, pero sin vacilaciones, con
el único objetivo de alimentar su vanidad y la de su troupe, y en la despótica
tarea embiste -o lo intenta- contra quien no le baila el agua. No siempre
acierta, pero la ausencia de duda en el ataque disfraza de éxito el fracaso.
12:10
Tengo empezados tres relatos o cuatro, pero no
sé cuándo voy a terminarlos. Ni siquiera si los terminaré. A veces me acuerdo
de que están ahí, secándose igual que un bacalao en un patio de luz lleno de
colillas, mugre y excrementos aviares, y vuelvo a uno de ellos para darle un
picotazo. Releo lo que tengo escrito y creía consolidado, pongo este adjetivo
detrás de su sustantivo en vez de delante, sustituyo esta coma por un punto y
seguido, añado otro parrafito, lo sobo hasta de nuevo creerlo consolidado y lo
dejo todo reposando de nuevo. Días después hago lo propio con otro de los tres
o cuatro, luego quizás vuelvo al primero y dos semanas más tarde cojo el
cuarto, pero me apiado del tercero y también le echo un vistazo. Pero llega un
punto en el que es imposible seguir aparcando otras obligaciones y me veo
obligado a olvidarme de mis relatos y a aplazar sine die la tarea de corrección.
18:06
Admiro en extremo a aquellos escritores de
antes que publicaban en aquellos periódicos de antes los relatos por entregas
de antes. Cada semana, una narración nueva o la resolución de la primera parte
publicada varios días atrás. Ayer descubrí, por pura casualidad, que cierto
narrador lagártico fue, hace treinta años, uno de ellos y que publicaba en el
Periódico J. Aprovechando que, de momento, puedo, he rescatado de la hemeroteca
virtual varios de sus relatos noventeros, cuya prosa mordaz y joputesca te
sume, a ritmo de galope, en un submundo biliar, hiperbólico y desternillante.
No puedo pronunciar, empero, el nombre del autor, no vaya a ser que vengan
represalias del Capitán Garfio. Mucho cariño, según he leído y me han contado,
no se tienen. Como Garfio, hay quienes usan la palabra para regalar oídos y
alimentar egos -tanto el propio como ajenos- en vez de para combatirlos. Por
suerte, aún quedan piterpanes y robinjudes del verbo.
miércoles, 15 de julio de 2020
Leo poco
Sábado.
miércoles, 8 de julio de 2020
Jaén arde
Miércoles.
10:48
Jaén arde. Lleva ardiendo un día entero y no hay manera ni
de combatir el fuego ni de hallar consuelo. Sirva como ejemplo de esto último
una cruel jugada del destino: hoy, tras haber pasado la noche haciendo la
cucharita con Hefesto, me he sentado frente al televisor y Netflix me ha
ofrecido la escena de Terminator II en la que Sarah Connor muere abrasada tras
una explosión nuclear y las llamas se ceban con un parque angelino mientras se
ejecuta la sentencia del Juicio Final decretado por Skynet. Salgo ahora a la
calle y una bofetada de ventolera cáustica me empuja a la blasfemia: "Su
puta madre a caballo". Trato de demostrar más estoicismo que Andy Dufresne
en Shawshank, pero pronto reniego de la parte que de machiberismo me corresponde.
El pantalón corto ayuda, claro, y he de aprovechar, en este sentido, la mañana,
porque en la redacción estoy obligado al recato, lo cual huelga señalar que es
del todo injusto. Quizás mis pantorrillas no sean las de Muñoz Escassi, pero sí
lo suficientemente soportables a la vista como para no merecerse esta tortura
en plena canícula. Quienes sí deberían sufrirla son los que defienden esa
concepción casposa del aliño personal. Por el poder que me otorga San Clemente,
yo os condeno a cumplir un millón de cadenas perpetuas consecutivas, una por
cada una de vuestras víctimas. Que se cumpla.
sábado, 27 de junio de 2020
Fui yo, en efecto
Sábado.
13:06
Hoy, feria pandémica con los amigos. Será un día largo,
según las previsiones. La covid lo condiciona casi todo, sí, pero hay cosas que
no cambian. Que los días de feria sean largos es una de ellas.
La vida
son momentos, que diría aquel, pero, sobre todo, momentos inexplicables. Por
ejemplo, cierta noche en el apacible paraje de Las Quebradas, P. C. afirmó con
rotundidad, roncola mediante, que Diego Tristán formaba parte, junto a Fonsi
Nieto y J. A. H., del trío de los mejores conductores de todo el territorio español.
Nadie, ni siquiera el propio P. C., supo encontrar sentido entonces a aquello
ni nadie sabrá encontrárselo jamás, pero el caso es que la frase permanece
todavía, indeleble, en un hueco de la memoria de todos cuantos estuvimos allí.
El mero cumplimiento de las reglas, la mera cotidianidad y, en definitiva, todo
lo meramente 'explicable' son presa fácil del olvido. Por ello, a menudo es
necesario poner en cuestión lo consabido y entregarse a la locura para no
acabar siendo un donnadie, y no me refiero a entregarse conscientemente, sino a
dejarse secuestrar y desnudarse, perderse uno de sí mismo, confiar en el camino
que le hará tomar el instinto puro antes de encontrar de nuevo la cordura y no
poder dar porqués acerca de lo ocurrido. Eso es lo que le pasó a P. C. aquel
día de agosto de un año cualquiera, también lo que nos pasará hoy a nosotros en
este mediodía de feria en el pueblo y lo que le pasaba, precisamente, a Diego
Tristán cuando era futbolista del Dépor de Irureta: aún hoy no están claras las
circunstancias exactas que habían de darse, pero, casi siempre que controlaba
la bola, le abandonaba la consciencia y alcanzaba de forma repentina un éxtasis
creativo -similar al del Johnny Carter de Cortázar- que le convertía en el rey
del trile sobre el césped. Mientras su cerebro volaba, sus piernas se movían
libres de prejuicios con el balón cosido a la diestra hasta depositarlo con
maestría en la red rival. Un segundo después, Tristán regresaba a su cuerpo, y
de lo inmediatamente acontecido no recordaba nada salvo la certeza de haberlo disfrutado
al máximo, al igual que nosotros disfrutaremos de todo lo que ocurrirá durante
este mediodía, este frenético mediodía de feria. Y también tal y como haremos
mañana cuando nos pidan explicaciones sobre el día anterior, si al exariete del
Dépor le hubieran pedido que contara cómo había ejecutado cierto detalle
técnico antes de batir al meta rival en su último partido, habría dicho sin
vacilar: "No tengo ni idea de lo que me habla, pero fui yo, en
efecto".
lunes, 22 de junio de 2020
Fluidez
Domingo.
23:40
Corría,
creo recordar, el mes de noviembre y atravesaba
yo la capitalina Plaza de Santa María cuando mi querido F. me abordó vía
WhatsApp para confesarme ciertas cuitas amorosas. Decidí contestarle con un
mensaje de voz. Aunque recién desayunado y con más energía que un perro en
celo, empecé a hablar, lo reconozco, algo dubitativo, pero sólo fue hasta que
recurrí al símil futbolístico. El entorno ilustre invitaba a hilar fino, como
así creo que hice. Me he sentido tentado de transcribir el mensaje original,
sin florituras añadidas, pero cabe esmerarse una vez más en practicar el
artificio. Qué es escribir sino embelesar.
Lo que
le pasaba a F. es que acababa de sumar un nuevo fracaso en su idealizada
búsqueda de su media naranja, algo que en las universidades deberían estudiar
bajo el nombre de "efecto Mosby". Para ahuyentar pensamientos
absurdos, básicamente pretendí hacer ver a mi amigo que la actitud ante la vida
lo es todo, yo, el ser más pesimista de cuantos habitan el planeta Tierra. Le
recordé cierta vez que N., él y yo salimos juntos en Jaén, en junio o julio del
año pasado, cuando no rondaban su cabeza ideas sobre el despecho y el desamor
dignas de alimentar guiones de sitcoms norteamericanas. "Ahí estabas tú
pletórico, ahí no había huevos", le indiqué, en un alarde de facundia.
"Hay que dejarse llevar, hay que afrontar el día a día con más... cómo te
digo yo... igual que Rodrygo controla el balón, con fluidez". Cariocas,
uno nacido en el 2000 y otro en 2001, extremos, apuestas de futuro,
incertidumbres. Son distintos, pero la comparación entre Vinicius y Rodrygo desde
que aterrizaron en Madrid es inevitable. Por entonces, la diferencia definitiva
entre ambos, para mí, estaba bastante clara y concernía a lo psicológico.
Vinicius representaba el paradigma del hombre preocupado. El miedo a los pitos,
el peso de los 45 o 50 kilos que costó, el conflicto entre ser fiel a uno mismo
y repetir lo que antes acabó en error aunque acabara en error o intentar algo
nuevo porque se supone que es lo más correcto, lo más lógico, dos conceptos
altamente inflamables. Y ya se sabe: quien juega con fuego, termina quemándose.
Igual que ahora, Vinicius en noviembre ya regateaba, porque siempre lo ha
sabido hacer, y solía salir exitoso de los duelos, pero luego llegaba el
momento de pensar con frialdad y acontecía el descalabro. Literalmente: se
caía. Se tropezaba y al suelo. Un mal golpeo de balón, un intento de exhibición
técnica en lugar de una solución práctica que acababa en estrépito. Sabía el
cómo, pero no el porqué. Palabras sueltas sin relación alguna entre sí, un
cúmulo de frases perentorias y rimbombantes pero carentes de orden y contexto. Por
el contrario, Rodrygo -le expliqué yo a F.- actuaba por puro instinto.
"Controla con suavidad, como una anguila en el agua, pum, controla,
regatea, parece... un... parece un... un... un gusanillo moviéndose, pum, por
eso lleva dos goles en tres o cuatro partidos de liga que ha jugado y Vinicius
ha marcado sólo dos entre el año pasado y este", detallé antes de
sentenciar: "Hay que ser más como Rodrygo".
Cuatro meses después, Vini abrió la lata en el recordado Clásico
pre-covid que terminó 2-0 para el Madrid, una actuación decisiva que alimentó
tímidas esperanzas. Hoy, ocho meses más tarde de aquella conversación por
WhatsApp, el brasileño vuelve a destacar en un partido de forma notable. Hay más
seguridad en su proceder, menos precipitación. Parece haber aprendido de parte
de sus errores y haberse ganado la confianza del vestuario. Ahora sus
movimientos y decisiones en el campo se suceden en base a un envidiable rigor
sintáctico. Debería coger el teléfono y confesarle a F. mi habilidad escasa
para el consejo. Está claro que no hay un sólo camino hacia la felicidad: tanto
en lo amoroso como en lo futbolístico también se puede ser como Vinicius.
jueves, 18 de junio de 2020
Me quedará la palabra
Martes.
miércoles, 10 de junio de 2020
La inspiración
Martes.
domingo, 9 de febrero de 2020
Por el que hoy te pagan
Viernes.
17:08
Este cuaderno de bitácora comenzó con un duelo
y quedará cerrado -no sé si de forma definitiva- con el anuncio de una muerte.
A lo largo de un día, de un día tan sólo, uno
sufre innumerables zarpazos que le sumen en otras tantas pequeñas crisis identitarias.
Muchas -la mayoría- se superan prácticamente un instante después de haber
aflorado -o retoñado por vez enésima, según el caso-; otras, sin embargo, lejos
de ahuecar pronto el ala, se posan cómodamente en su nido para -aunque sólo sea
por unas horas, hasta que surja un oportuno imprevisto que sea necesario
atender ipso facto- sumir en las tinieblas los inciertos confines del futuro,
lejano o próximo. Las posibilidades de que eso ocurra se multiplican si eres un
mercenario de la información y de las letras, una mezcla que puede resultar
fatal porque se compone de dos elementos antagónicos en lo referente a su
proceso madurativo: la información, cuanto más inmediata, más valiosa; las
letras, por el contrario, cuanto más tardías, más perennes. De hecho, ese
matrimonio de conveniencia acabó sellando hace tiempo su más que anunciado
divorcio, lo cual no ha dado lugar sino a la degradación del periodismo. Es
fácil comprobarlo hoy en día porque no son pocos los casos de periodistas que o
no respetan los datos o no respetan el verbo. En cuanto a lo primero, aquello
de tener buenas fuentes y contrastar la información parece haber quedado
relegado, para muchos, a un segundo plano: les basta sólo con ser el más rápido
del Oeste, que luego un tuit roñoso -ni siquiera una carta de disculpa- servirá
para paliar las consecuencias del gatillo ligero en caso de grandiosa metedura
de pata. En lo que se refiere a lo segundo, importa lo justo tener un
vocabulario limitado y una sintaxis torpe, siempre y cuando se cuente algo que
interesa contar cuando interesa que se cuente. Lo peor de esto es que este
perfil triunfa. No es el único que triunfa, pero triunfa. Y a pesar de ello me
niego a aspirar a ser así.
¿Fue un acierto dedicarme al periodismo?
¿Hubiera sido mejor elegir en su momento otro camino más cómodo? Si así fuera,
¿estoy a tiempo aún, con cerca de treinta y dos palos, de hacer borrón y cuenta
nueva? ¿O es que simplemente aún no he encontrado la manera de explotar
adecuadamente mis virtudes en esta profesión? Calculo que, al día, me hago
estas preguntas una miríada de veces, pero casi siempre, pobre de mí, acabo
respondiendo sólo a esto último, y lo hago de forma afirmativa, para más inri,
aunque el efecto del placebo dure sólo hasta el día siguiente. Puta filosofía
del buenismo, putas tazas misterwonderful. Yo rompo una lanza en favor de los
fracasados, de los expertos del error, de aquellos que necesitaron descubrir
todo cuanto no son capaces de hacer para darse cuenta de cuáles son sus
capacidades. Por ello no me pesa reconocer que no tuve que haber estudiado
Filología Hispánica, tampoco que, de poder elegir de nuevo, no optaría por
matricularme en Periodismo, ni que, aun así, habría acabado dedicándome a esto
de todos modos, al menos durante algún tiempo. Periodista, igual que maestro y
que carpintero, se nace, pero para, además, serlo se debe tener claro que no
hay sólo una clase de periodista y que la clave, no del éxito, sino de la
realización personal y de la dignificación de la profesión, está, por tanto, en
la búsqueda incansable de nuevos códigos que se adapten a la manera propia de
contar las cosas. Yo no sé si nací para ser periodista, pero sí estoy seguro de
que trabajar en la redacción en la que hoy escribo noticias no me convierte en
ello. No en el que yo quiero ser. No en lo que yo quiero ser. La pregunta, por
tanto, es sencilla: ¿dejaré de deshojar la flor algún día?
Marta me dijo una vez: "Sólo estoy segura
de lo que no soy", lo cual viene a significar lo mismo que algo que solía
repetir Sherlock Holmes: "When you have eliminate the impossible, whatever
remains, however improbable, must be the truth". La identidad no se
construye, sino que nace construida, aunque yazca oculta. Para que vea la luz
hay que seguir un proceso destructivo, igual que cuando ha de eliminarse el
barro que cubre una pieza arqueológica para que luzca todo su esplendor. Por
eso, saber lo que no eres te acerca a lo que te define -y no al contrario-, y
yo hoy me siento más limpio, más ligero. Repite conmigo, Pollo: "No eres
el periodista por el que hoy te pagan,
no
eres
el
periodista
por
el
que
hoy
te
pagan".
Hora de la defunción, 23:24.
jueves, 30 de enero de 2020
La identidad
Miércoles.
12:52
Nada más llegar a la redacción y
posar las nalgas en mi maltrecha silla -que tantas nalgas de morfología,
consistencia y textura diversa soportó antes de hacerlo con las mías-, F. R. me
ha confesado que no entiende lo que escribo, que no me pilla la onda: "No
entiendo lo que escribes, no te pillo la onda", me ha dicho, y yo le he
respondido que eso, seguramente, es más culpa mía que suya. No me hace falta
escuchar comentarios como el de F. R. para autoflagelarme. De hecho, poner
continuamente en duda la calidad de casi todos los textos que he parido es mi
hobbie favorito. Suelo imaginarme una soirée literaria llena de tipos con monóculo
y tipas a lo Joplin comentando que no entienden lo que escribo y que no me
pillan la onda mientras beben anís del mono, o quizás indicando que, aunque sí
entienden lo que escribo, les interesa poco lo que cuento. Las bebidas
espirituosas en este caso tampoco faltan. Hay quien le da demasiada importancia
a que le entiendan cuando escribe -también cuando habla, pero más cuando
escribe- y a que interese lo que cuenta, y por eso, con el tiempo, acaba
dejando de escribir lo que quiere para escribir lo que quieren leer otros, lo
cual denota poco cacumen y padecimiento de cagalera terrible.
23:28
Hoy la redacción ha estado algo distraída por
culpa de la Copa del Rey. Ha sido una de esas tardes preñadas de partidos que
te obligan a estar constantemente atento a los marcadores para no perderte
ninguna novedad. De repente, un equipo de Tercera o Segunda B marca ante un
Primera y se atrinchera con armonía en busca de una victoria épica, y eso es lo
más cerca que uno estará en todo el mes de soñar con que triunfar en la vida es
posible aun sin privilegios de sangre o de cuna. Con el nuevo formato de
partido único sustituyendo a la soporífera ida y vuelta, la cosa gana en
tensión, en dinamismo y en incertidumbre, es decir, se vuelve más divertida, y
eso se agradece. Como Rocky Balboa en su primer combate contra Apollo Creed, es
una oportunidad entre un millón. Hoy ha sido el Ibiza el que ha estado a punto
de dar la sorpresa ante el Barça, que se ha salvado a última hora con un
doblete de Griezmann. Nos lo han puesto en la tele a petición popular. El juego
de los culés ha sido pobrísimo, timorato, demasiado prudente, y eso me ha
sorprendido, más que nada, porque Quique Setién pregonaba una cosa muy distinta
hace más bien poco.
Quique Setién, por lo que yo sé sobre Quique
Setién, lleva sus últimos años de míster lidiando por sobrevivir en un océano
revuelto de miedo, y no lo entiendo. Si algo caracterizó a Setién en sus
primeros años de entrenador fue su apuesta por la verticalidad máxima que le
hizo merecedor de infinidad de halagos. Sus equipos ofrecían un espectáculo
desordenado y, a la vez, muy entretenido porque aseguraba goles tanto a favor
como en contra, lo cual enamoraba, claro, al espectador imparcial, pero
destrozaba con frecuencia los nervios de hinchas propios, que se dividían entre
los que se sumaban al aplauso y los que demandaban más consistencia y fiabilidad.
Casualmente, los primeros hacían más ruido cuando el equipo ganaba, y los
segundos, cuando se caía con estrépito. Y así hasta que, en su año número dos
en el Betis, la temporada pasada, optó por hacer caso a estos últimos y
traicionar su discurso. Decidido a reducir el nivel de influencia del factor
suerte en el marcador final, reformuló su idea y quiso refugiarse en el sobeo
del balón. El resultado fue un Betis horizontal y ramplón. Normal, si ni el
propio míster creía en lo que dibujaba en su nueva pizarra. Ahora, en el Barça,
le sigue pasando lo mismo, pero por razones distintas. La parroquia culé lleva
años con morriña del guardiolismo y está ávida de disfrutar de nuevo de una
apuesta por el mimo del esférico, eso que llama 'El Estilo'. Recordando aquel
primer fútbol alegre del cántabro y confundiéndolo con el guardiolismo -son dos
conceptos complementarios, pero no iguales-, se ha deshecho en elogios baratos
hacia Setién, en el que ha visto su perfecto clavo ardiendo al que aferrarse, y
el míster ha quedado cegado por la ilusión de convertirse en el esperado
salvador del tiquitaquismo supuestamente inherente al Barça -una milonga
chorreante, porque el Barça ha jugado al toque cuando ha tenido futbolistas
para ello, y cuando no, no-. Por eso está haciendo lo que se esperaba de él
-magrear el balón- en vez de lo que siempre había hecho hasta hace poco -atacar
sin miedo-. Pero como no sabe hacer lo que se esperaba de él, al llevar al
extremo la idea del fútbol de toque lo que ha conseguido es un estilo -en
minúscula- sobón y aburrido. Conviene no olvidar que mesías culé sólo hay uno y
luce el diez en la espalda. De Leo todo el mundo entiende lo que hace sobre el
césped, a Leo todo el mundo le pilla la onda, pero eso es porque, como Borges,
vive al margen del paso del tiempo. El mortal debe aprender a convivir con la
incomprensión y a no traicionarse. Tanto en el fútbol como en la literatura,
Quique, es mejor morir de pie que vivir de rodillas.
viernes, 24 de enero de 2020
Hablo con Dios
Miércoles.
Pasión
Viernes.
martes, 21 de enero de 2020
Lo extraño
Lunes.
domingo, 5 de enero de 2020
Aún no sé cuál es mi estilo
Sábado.
21:23
A veces
pienso que dedicarme al periodismo está degradando mi forma de escribir, pero
no tardo en concluir que exagero. No obstante, sí que estoy convencido de que,
como mínimo, me está alejando del que yo considero que, en este huracán de
indefinición en el que vivo atrapado, ha sido mi mejor estilo. Redactar
noticias todos los días hace que me resulte imposible olvidar al instante los
mecanismos del registro puramente informativo cuando tengo un hueco exiguo para
pasarme a la narrativa. Por ello, al final, como ni puedo escribir como quiero
en el periódico, ni quiero escribir como en el periódico fuera de la redacción,
siempre acaban invadiéndome la frustración, el enfado y acaso también la
tristeza. Se preguntará al respecto algún cebollino: ¿no es posible
desprenderse del estilo informativo, como si se tratara de un mono de trabajo,
y, acto seguido, enfundarse el literario, ya planchado y listo para lucirse, y
viceversa? Claro que no, la hostia, claro que no, y quien piense que sí es un
borrico, amén de un ignorante de cuidado. Para que escribir, se persiga el
objetivo que se persiga, no se convierta en un ejercicio impersonal e insulso
-y el texto resultante carezca, por tanto, de lo que Caballero Bonald vino a
llamar "base estilística solvente"-, uno ha de sumergirse en la tarea
hasta el fondo, acostumbrarse al ritmo de las aguas y acabar dominándolas, algo
que, lejos de ser moco de pavo, es harto complicado, más aún si se viene de
otro mar completamente distinto. La consecuencia de nadar a contracorriente es,
por supuesto, el naufragio; la de hacerlo sin haberse adaptado al cien por cien
al entorno, el estallido de la decepción, porque, aunque se conseguirá llegar,
seguro, a una plácida orilla, esta será otra algo diferente a la que se
pretendía alcanzar cuando comenzó el enfrentamiento contra la hoja en blanco.
"Saqueo mi vida. Ahí la tienen. ¿Para qué la quieren? Yo, a veces, la
prendería fuego", dice Leila Guerriero. En muchas ocasiones deseo hacer
eso con mi estilo. Saquearlo. Quemarlo. Lijarlo hasta dejarlo totalmente raso
para, luego, reconstruirlo, tallarlo. Jodida Guerriero. Como a Jabois, a ella
también tendrían que enchironarla. De nuevo os acuso de incitación a la lujuria
estilística.