domingo, 22 de noviembre de 2020

La mirada de tigre

Sábado.

18:37

      Mediados de 1981 en el mítico gimnasio Mighty Mick's Boxing de Filadelfia. Rocky Balboa, cara amoratada y semblante triste, llora en la penumbra la muerte de su amigo y entrenador Mickey, otrora dueño del local, y la pérdida de su cinturón de campeón de los pesos pesados a manos -a puños- del salvaje y vocinglero Clubber Lang. De la oscuridad surge la silueta de un hombre imponente. Viste amplia gabardina y traje a medida que, sin embargo, le asfixia, porque sólo se siente -se sentía- realizado luciendo su exótica musculatura y llevando los guantes sobre el ring. Se trata del exboxeador Apollo Creed, a quien Balboa arrebató el título cinco años atrás. "Tú has perdido esa pelea por algo elemental: por falta de agresividad. Cuando tú y yo peleamos tu mirada era la de un tigre, una auténtica fiera", le dice al compungido Rocky.
        Podrá decirse de él que su control de balón no seduce, que cuando conduce la bola parece un rinoceronte más que un futbolista y que hace la guerra por su cuenta más de lo que debiera, pero Mariano Díaz tiene la mirada de tigre. Es un felino salvaje, un bombardero, una batería en una orquesta de violines, el rock and roll del Real Madrid. En un equipo falto de gol y de ruido en el área rival, el hispanodominicano agarra el esférico y lo defiende con el mismo espíritu numantino con el que se ha aferrado a su ficha en la plantilla para emprender, se ponga quien se ponga delante, el único camino que conoce: el que lleva a la portería contraria. Porque tiene un cañón por pierna derecha, por su salto suicida y por su remate de testa inapelable, si un partido de fútbol es una guerra sobre el césped, yo siempre elijo a Mariano como miembro de mi batallón.


Foto: EFE.


miércoles, 21 de octubre de 2020

La ejecución

Martes.
23:28

Ayer, Ansu Fati marcó un gol con la espinilla para deleite del frangollero y para espanto de los puristas. Con la espinilla, sí, pero para adentro que fue la bola, como también acabó en la red aquel otro balón que golpeó de puntera contra el Celta, aunque algunos estirados se tiraran de los pelos. Lo importante no fue la estética de los goles, sino que ambos le dieron puntos al equipo. Aún me acuerdo de un aplaudido y barroco tanto de Tristán ante el Mónaco, uno de los mejores de la Champions 2003-2004, pero no sirvió para nada: su equipo, el Dépor, cayó por 8-3.

Hay cierta similitud entre marcar con la espinilla y hacer el Periódico J. Ambos casos consisten en la búsqueda de la solución más efectiva para un problema, llámese tener que rematar un mal centro esquivando la presión de un defensa, llámese tener que finiquitar 56 páginas en cuatro horas entre seis personas. La belleza es algo secundario si se logra el objetivo: anotar un gol que sea trascendente para el resultado final o entregar las páginas a tiempo para que la edición de mañana se reparta a su hora. Qué más da que el remate sea feo o que haya erratas. Al día siguiente nadie recordará la confección, sólo la consecuencia.

               Pero incluso en el pragmatismo hay escalas. El año lo desconozco, pero tuvo que ser, supongo, en los impetuosos noventa. El exbético Poli Rincón afrontaba los exámenes técnicos para sacarse el título de entrenador de fútbol, uno de los cuales consistía en rematar de cabeza tres centros laterales. Rincón, consumado cabeceador a pesar de su estilo poco ortodoxo, batió al portero las tres veces, pero, sin embargo, suspendió el examen. Cuando le pidió explicaciones al examinador, la respuesta que obtuvo fue contundente: "Usted no ha ejecutado bien los remates". "¡Pero si he metido los tres!", exclamó el siempre pasional Poli, quien, a base de remates mal ejecutados, había marcado más goles en Primera con el Betis que ningún otro. Su récord de 78 tantos lleva sin batirse más de treinta años. Nadie recuerda cómo anotó ninguno. El 10 de mayo de 1995, Nayim hizo lo más práctico que puede hacer un futbolista que se encuentra un balón botando en el centro del campo con un portero adelantado: pegarle fuerte y muy arriba para probar suerte. Aquella rústica apuesta le salió perfecta. Batió a Seaman, el Zaragoza se impuso al Arsenal 2-1 y se llevó la Recopa. Fue uno de los únicos cinco goles que Nayim marcó en cuatro temporadas en el conjunto maño. Nadie recuerda cómo fueron los tantos de Rincón, todos recuerdan el gol de Nayim. Hacer el Periódico J. Escribir. He ahí la diferencia.



Foto: realbetisbalompie.es


martes, 13 de octubre de 2020

Despedidas

Lunes.
23:39

 

María Elena Higueruelo, en ‘Los días eternos’, asegura que la despedida comienza mucho antes que la separación, y es cierto. Yo llevo diciendo adiós durante al menos un año y medio al Periódico J aun sin saber en qué fecha exacta dejaré esto, pero sé que lo dejaré, y eso me basta en este caso atípico. Las despedidas no suelen ser tan precoces, sino que empiezan cuando la separación está cerca. Recientemente he vuelto a comprobarlo. N. y yo hemos dejado el piso de la calle San Clemente -ni dos semanas hace-, y aunque supimos en agosto que nos iríamos en octubre, en mi caso los adioses no comenzaron hasta la última semana de septiembre. Y digo adioses, y no adiós, porque, en efecto, cuando la separación ya era inminente, mi día a día se llenó de posibles últimas veces. La posible última vez que miraba por la ventana de ese salón, la posible última vez que escuchaba al estanquero abrir la puerta del local desde ese sofá, la posible última vez que usaba la vitro en esa cocina, la posible última vez que me duchaba en ese cuarto de baño escuchando 'Los mejillones tigre', el posible último lunes, el posible último martes, el posible último miércoles entre esas paredes... esto es, las posibles últimas veces de cosas que, en esencia, volveré a hacer, que volveré a vivir, pero nunca más allí ni en las circunstancias que al hacerlo allí se daban, nunca más en el espacio único que ocupan esa ventana, ese salón, ese sofá, esa cocina y ese cuarto de baño, nunca más en la microparte del universo contenida entre esas paredes. Uno es en cada momento la suma de cuanto hace y le rodea -de cuanto hace según lo que le rodea- y eso incluye este conjunto de ripios y nimiedades. Por ello, cuando alguien parte de un lugar sabiendo que nunca regresará, no sólo se separa de este, sino también de una fracción de su yo con la que tampoco volverá a reencontrarse y que, con el tiempo, quedará en el olvido. Dependiendo del caso, tal clase de olvido hasta puede llegar de forma instantánea, porque incluso en el sincero acto de decir adiós se cae en la discriminación si no se tiene en cuenta ese yo-fragmento. ¿Existe una angustia mayor que el miedo a olvidarte a ti mismo?




domingo, 27 de septiembre de 2020

Aniversario

Martes.

23:04

     Torredonjimeno, mil novecientos noventa y pico. Abundaban en aquella época las colecciones de películas grabadas en el trágicamente extinto formato VHS, y mi padre, best friend de los comerciales del Círculo de Lectores y adicto a los artículos de ocasión, decidió hacerse con la primera entrega de una de ellas, 'Seven'. No recuerdo lo que comí ayer ni dónde he puesto la cartera, pero sí mi primer cara a cara con la caja continente de la cinta. Fue en el cuarto de mi antiguo piso destinado a almacenar no sólo películas, sino libros, discos y, por supuesto, la joya de la corona: el vídeo Betamax, conservado como reliquia en puro acto de nostalgia o acaso de rebeldía. Se trató aquella de una suerte de experiencia lisérgica. La tipografía ciertamente caótica, ciertamente perturbadora, el título, certero, afilado y acaso cortante, y las caras de póker de Pitt y Freeman sobre el negro del abismo. Luego vino el inquietante motion graphics de Kyle Cooper en los créditos iniciales, que vi en el sofá, junto a mi padre, alerta desde el minuto cero para taparme los ojos cuando lo cruento o lo repugnante superara en el film los niveles socialmente aceptados para un niño preeucarístico. No obstante, me las ingenié para ver entre sus dedos -y ojo, que viene un pequeño spoiler- el cadáver del obeso mórbido y su cubo de vómitos, apetecible primer plato de la trama. No duré mucho en el sofá. Aquellas manos no daban abasto para ocultar tanta supuesta escena desagradable. Por orden de la autoridad casera competente, hube de abandonar el salón, no sin antes mostrar enérgicamente mi disconformidad con aquel proceder dictatorial. De forma astuta me coloqué tras la puerta, busqué el ángulo adecuado para alcanzar la pantalla con la vista y desde allí seguí disfrutando de la cinta hasta que la cinta quiso. Te lo advierto: si no has visto la película, es mejor que te abstengas de seguir leyendo. Situémonos. Minuto ciento doce de ciento veintiuno. Un repartidor de Crosstown Express entrega una caja para David Mills (Pitt) en un descampado a las afueras de Nueva York. La recoge un incrédulo William Somerset (Freeman). Tras despejar sus dudas mientras Mills encañona a un tercero, decide abrirla. Corta el precinto con una navaja, retira las ensangrentadas solapas, echa un vistazo al interior y casi se cae de espaldas del susto. ¿Qué cojones había en la caja? Nosotros no lo supimos ese día porque sufrimos una de las mayores putadas de la historia del séptimo arte. En pleno ascenso vertiginoso al clímax, la pantalla se fue a negro. Así, sin anestesia, como una hostia en seco. ¿Mala suerte de haber comprado la única de las cintas a la venta con un fallo de grabación? En absoluto: justo castigo divino a la más vil de las censuras. Mis padres vieron el desenlace al día siguiente, también en el salón, tras haber descambiado el artículo defectuoso. Yo hice lo propio desde el otro lado de la puerta, ajeno a mi condición de cazador cazado. Más allá de por su estética noir, por su textura, por su atmósfera asfixiante, por las interpretaciones, por el regusto áspero que deja y por su mensaje crítico y desalentador que cobra más sentido a cada año que pasa, 'Seven' es la número uno de mi top ten porque hoy se cumplen veinticinco años de su estreno y aquel primer recuerdo se mantiene intacto.



lunes, 21 de septiembre de 2020

Parónimos

Viernes.
20:30

A principios del siglo XX, el publicista francés Auguste Derrière se convirtió en el maestro de lo absurdo. Fue gracias a su particular concepción del eslogan, de cuyos divertidos juegos de palabras que provocaban la risa floja del personal hizo su sello inconfundible. Sin embargo, con el paso de los años cayó, de forma inexplicable, en el olvido. En esa cueva inhóspita permaneció hasta que un grupo de publicistas decidió rescatarlo hace algún tiempo. A modo de merecido y necesario homenaje, estos profesionales elaboraron una serie de falsos anuncios humorísticos basados en el estilo Derrière y los plasmaron en sendas placas decorativas. Una de ellas recorrió océanos de tiempo pasando desapercibida ante decenas de ojos hasta llegar hoy a mis manos en el piso de Toledo al que acaba de mudarse Marta por trabajo. Sobre un fondo verde esmeralda, un campesino porta una carretilla con gigantescas mazorcas de maíz que emiten una alegre melodía. "Pour vos repas musicaux, préferez plutôt le maïs Davis". Quien no pille el uso de la paronomasia es que no ha hecho de madrugada el viaje de regreso de una boda en un coche semiautomático sin poder pasar de primera y escuchando Radio 3.


Sábado.
12:42

Ronald Koeman ha comunicado a Riqui Puig que no cuenta con él en la primera plantilla del FC Barcelona esta temporada. La noticia ha causado cierta sorpresa, acaso indignación en algún que otro parroquiano, pero no precisamente porque el jugador haya deslumbrado, más allá de escasos destellos esperanzadores, cuando ha tenido oportunidades. Si se analiza el asunto fríamente, el motivo de la indignación o esa clase de tristeza es que se desvanece la posibilidad de que la búsqueda del ansiado heredero de Xavi Hernández haya concluido. Sus nombres no son parónimos, pero sí se asemejan en su estilo de juego y hasta en su morfología. Canteranos, catalanes, menuditos, dinámicos, amigos del pase en corto y gurús de la solidaridad en el campo. Ver o esforzarse en ver en Puig al delfín de Hernández era comprensible, no culpo al culé por ello puesto que la simple idea emocionaba incluso al blaugrana profano, más aún en época de vacas flacas. Pero las ansias por cubrir el trono vacío han ocultado durante estos años una realidad quizá no tan cruda como cabe pensar al principio: Riqui no da la talla. Al menos, no todavía. Y en cualquier caso, si llegara a conseguirlo, su cadencia futbolística no será la misma que la de Xavi, del mismo modo que Auguste Derrière sólo hubo uno y que no existe melodía comparable al 'So what' una tarde de silencio, cafeína y celaje.




sábado, 8 de agosto de 2020

Veintiséis años

Martes.
20:34

 

Hoy tenemos suplemento especial de verano. Es la peor tarde de toda la semana. La redacción es un caos y necesito aire fresco, aunque lo de fresco en Jaén, en agosto, sea un decir. Salgo a la puerta a orear la cabeza, como tantas otras veces desde que entré a currar en el periódico hace ya un año y pico. Poco después empecé este diario que no es diario -no sé de qué otra forma llamarlo-. También para orear la cabeza. Aquí mismo, a la entrada de la redacción, escribí el segundo 'capítulo' -el primero con vocación de formar parte de un todo-. Echo un vistazo alrededor: nada ha cambiado desde entonces. El concurrido asfalto, la escasez humana, la fachada del hospital, el amplio silencio. De repente siento nostalgia y cierta pena. Exceptuando menudencias, yo también soy prácticamente la misma persona que era entonces. Con las mismas aspiraciones, los mismos sueños. "¿Qué has hecho para tener esos sueños más cerca, Manu Ibáñez, redactor de Provincia del Periódico J? ¿Qué cojones has hecho?", me reprocha el yo de 2019. Para responderme recurro al método socrático. "¿Sabes tú cuáles son esas aspiraciones, Manu Ibáñez del año pasado, también redactor de Provincia del Periódico J? ¿Lo supiste en algún momento?" Y el Manu Ibáñez del año pasado, también redactor de Provincia del Periódico J, guarda silencio. Me recuerdo que me han publicado tres artículos en dos webs y que eso me puso contento en su momento. Me digo que he sacado temas importantes en el periódico. No está mal el de mañana: 'El coche robado en Torrequebradilla que apareció en Jaén con un muerto'. "¿Importantes para quién?" El contraataque del redactor de Provincia del Periódico J de 2019 es kloppista. Ahora decido no responder. No quiero hablar más por hoy. Este año ha sido demasiado largo.



Viernes.
13:18

Esta tarde entrevisto a 'El Brujo'. No me he dado cuenta hasta hoy, pero es algo que llevaba esperando desde... ¿desde cuándo? Siendo muy pequeño, me llevaron a una actuación suya en mi pueblo, que es también el de su infancia. Pensaron que me iba a quedar dormido. Normal, con tan pocos añitos. Sin embargo, aguanté hasta el final ojiplático. Es lo que me cuentan, claro, aunque de aquello retengo algunas imágenes, entre otras, la de su improvisación fuera de escenario, cuando el público se retiraba, ya por la Plaza de la Cruz. Su nombre oficial es otro, pero no lo recuerdo. El de la plaza, digo. Como estoy delante del ordenador, consulto la hemeroteca. Palabras clave: RAFAEL ÁLVAREZ; fechas: de enero del 90 a diciembre del 95, cuando yo no era ni demasiado chico ni demasiado grande. Aparecen muchos resultados. 'El Brujo' representó 'El Lazarillo' en Torredonjimeno en el 90 y 'La sombra del Tenorio' en el 94. Esta última obra tuvo que ser la que yo vi. Veintiséis años desde ese día hasta la entrevista de hoy. Veintiséis años esperando algo sin ser consciente de ello. Veintiséis años que se han pasado de golpe.




miércoles, 29 de julio de 2020

Piterpanes

Jueves.

10:39

 

               El Periódico J es un barco viejo que se mantiene a flote a duras penas. Prácticamente lo único que le ayuda a continuar navegando es la resonancia de tiempos pretéritos y mejores, cuando surcaba las aguas imponente y todo niño enamorado del mar soñaba con ser grumete en sus filas. Hoy sigue un rumbo lento e incierto supeditado a las múltiples veleidades del Capitán Garfio. No se trata este del esbelto y ominoso personaje de la factoría Disney, sino, más bien, del decadente, irascible e histriónico cacique al que interpreta Dustin Hoffman en 'Hook' (1991), un sátrapa de ego ciclópeo afectado por el síndrome Norma Desmond que dirige el cotarro a golpe de látigo y que somete a su tripulación a una serie de caprichos que convierten la agogé espartana en el corro de la patata. Hasta comparte con esta caricatura hollywoodiense el arqueo de cejas a lo media luna, aunque Hoffman, por lo menos, hace gracia.

Igual que el personaje original de J. M. Barrie, el Capitán Garfio del Periódico J agota los días a ramalazos obsesivos, si bien cambiando la espada por la pluma, que, ya se sabe, es más poderosa. El tipo esgrime la palabra con cuestionable destreza, pero sin vacilaciones, con el único objetivo de alimentar su vanidad y la de su troupe, y en la despótica tarea embiste -o lo intenta- contra quien no le baila el agua. No siempre acierta, pero la ausencia de duda en el ataque disfraza de éxito el fracaso.

 

 

12:10

Tengo empezados tres relatos o cuatro, pero no sé cuándo voy a terminarlos. Ni siquiera si los terminaré. A veces me acuerdo de que están ahí, secándose igual que un bacalao en un patio de luz lleno de colillas, mugre y excrementos aviares, y vuelvo a uno de ellos para darle un picotazo. Releo lo que tengo escrito y creía consolidado, pongo este adjetivo detrás de su sustantivo en vez de delante, sustituyo esta coma por un punto y seguido, añado otro parrafito, lo sobo hasta de nuevo creerlo consolidado y lo dejo todo reposando de nuevo. Días después hago lo propio con otro de los tres o cuatro, luego quizás vuelvo al primero y dos semanas más tarde cojo el cuarto, pero me apiado del tercero y también le echo un vistazo. Pero llega un punto en el que es imposible seguir aparcando otras obligaciones y me veo obligado a olvidarme de mis relatos y a aplazar sine die la tarea de corrección.



18:06

Admiro en extremo a aquellos escritores de antes que publicaban en aquellos periódicos de antes los relatos por entregas de antes. Cada semana, una narración nueva o la resolución de la primera parte publicada varios días atrás. Ayer descubrí, por pura casualidad, que cierto narrador lagártico fue, hace treinta años, uno de ellos y que publicaba en el Periódico J. Aprovechando que, de momento, puedo, he rescatado de la hemeroteca virtual varios de sus relatos noventeros, cuya prosa mordaz y joputesca te sume, a ritmo de galope, en un submundo biliar, hiperbólico y desternillante. No puedo pronunciar, empero, el nombre del autor, no vaya a ser que vengan represalias del Capitán Garfio. Mucho cariño, según he leído y me han contado, no se tienen. Como Garfio, hay quienes usan la palabra para regalar oídos y alimentar egos -tanto el propio como ajenos- en vez de para combatirlos. Por suerte, aún quedan piterpanes y robinjudes del verbo.




miércoles, 15 de julio de 2020

Leo poco

Sábado.

11:39

      Leo poco, demasiado poco, pero es que prácticamente siempre estoy cansado para leer -no sólo para leer, sino para todo-, una circunstancia que me irrita sobremanera. Lejos de resignarme, trato de combatir la pesadez de los párpados, la palpitación feroz de las sienes, la leve falta de aire y el hormigueo en las piernas, aunque sin éxito. Convencido de que llegará el momento en el que pueda librarme de esta culpa, no dejo de anotar títulos y autores que considero, a priori, interesantes. Me encantaría confirmar mis sospechas. Lo deseo. Sin embargo, temo que la lista acabe siendo apenas un prontuario al que acudir para convertirme en un jugador experto de la categoría marrón del Trivial. De repente, y por dificultades en el último momento para adquirir billetes, Andrea llega a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado. No la esperaba nadie. Viene de Comala, porque le dijeron que allá vivía su padre, un tal Pepe Carvalho. Llamadme Ismael.



miércoles, 8 de julio de 2020

Jaén arde

Miércoles.
10:48

Jaén arde. Lleva ardiendo un día entero y no hay manera ni de combatir el fuego ni de hallar consuelo. Sirva como ejemplo de esto último una cruel jugada del destino: hoy, tras haber pasado la noche haciendo la cucharita con Hefesto, me he sentado frente al televisor y Netflix me ha ofrecido la escena de Terminator II en la que Sarah Connor muere abrasada tras una explosión nuclear y las llamas se ceban con un parque angelino mientras se ejecuta la sentencia del Juicio Final decretado por Skynet. Salgo ahora a la calle y una bofetada de ventolera cáustica me empuja a la blasfemia: "Su puta madre a caballo". Trato de demostrar más estoicismo que Andy Dufresne en Shawshank, pero pronto reniego de la parte que de machiberismo me corresponde. El pantalón corto ayuda, claro, y he de aprovechar, en este sentido, la mañana, porque en la redacción estoy obligado al recato, lo cual huelga señalar que es del todo injusto. Quizás mis pantorrillas no sean las de Muñoz Escassi, pero sí lo suficientemente soportables a la vista como para no merecerse esta tortura en plena canícula. Quienes sí deberían sufrirla son los que defienden esa concepción casposa del aliño personal. Por el poder que me otorga San Clemente, yo os condeno a cumplir un millón de cadenas perpetuas consecutivas, una por cada una de vuestras víctimas. Que se cumpla.




sábado, 27 de junio de 2020

Fui yo, en efecto

Sábado.
13:06

Hoy, feria pandémica con los amigos. Será un día largo, según las previsiones. La covid lo condiciona casi todo, sí, pero hay cosas que no cambian. Que los días de feria sean largos es una de ellas.

La vida son momentos, que diría aquel, pero, sobre todo, momentos inexplicables. Por ejemplo, cierta noche en el apacible paraje de Las Quebradas, P. C. afirmó con rotundidad, roncola mediante, que Diego Tristán formaba parte, junto a Fonsi Nieto y J. A. H., del trío de los mejores conductores de todo el territorio español. Nadie, ni siquiera el propio P. C., supo encontrar sentido entonces a aquello ni nadie sabrá encontrárselo jamás, pero el caso es que la frase permanece todavía, indeleble, en un hueco de la memoria de todos cuantos estuvimos allí. El mero cumplimiento de las reglas, la mera cotidianidad y, en definitiva, todo lo meramente 'explicable' son presa fácil del olvido. Por ello, a menudo es necesario poner en cuestión lo consabido y entregarse a la locura para no acabar siendo un donnadie, y no me refiero a entregarse conscientemente, sino a dejarse secuestrar y desnudarse, perderse uno de sí mismo, confiar en el camino que le hará tomar el instinto puro antes de encontrar de nuevo la cordura y no poder dar porqués acerca de lo ocurrido. Eso es lo que le pasó a P. C. aquel día de agosto de un año cualquiera, también lo que nos pasará hoy a nosotros en este mediodía de feria en el pueblo y lo que le pasaba, precisamente, a Diego Tristán cuando era futbolista del Dépor de Irureta: aún hoy no están claras las circunstancias exactas que habían de darse, pero, casi siempre que controlaba la bola, le abandonaba la consciencia y alcanzaba de forma repentina un éxtasis creativo -similar al del Johnny Carter de Cortázar- que le convertía en el rey del trile sobre el césped. Mientras su cerebro volaba, sus piernas se movían libres de prejuicios con el balón cosido a la diestra hasta depositarlo con maestría en la red rival. Un segundo después, Tristán regresaba a su cuerpo, y de lo inmediatamente acontecido no recordaba nada salvo la certeza de haberlo disfrutado al máximo, al igual que nosotros disfrutaremos de todo lo que ocurrirá durante este mediodía, este frenético mediodía de feria. Y también tal y como haremos mañana cuando nos pidan explicaciones sobre el día anterior, si al exariete del Dépor le hubieran pedido que contara cómo había ejecutado cierto detalle técnico antes de batir al meta rival en su último partido, habría dicho sin vacilar: "No tengo ni idea de lo que me habla, pero fui yo, en efecto".




Foto: Sport.


lunes, 22 de junio de 2020

Fluidez

Domingo.
23:40

 

               Corría, creo recordar, el mes de noviembre y atravesaba yo la capitalina Plaza de Santa María cuando mi querido F. me abordó vía WhatsApp para confesarme ciertas cuitas amorosas. Decidí contestarle con un mensaje de voz. Aunque recién desayunado y con más energía que un perro en celo, empecé a hablar, lo reconozco, algo dubitativo, pero sólo fue hasta que recurrí al símil futbolístico. El entorno ilustre invitaba a hilar fino, como así creo que hice. Me he sentido tentado de transcribir el mensaje original, sin florituras añadidas, pero cabe esmerarse una vez más en practicar el artificio. Qué es escribir sino embelesar.

Lo que le pasaba a F. es que acababa de sumar un nuevo fracaso en su idealizada búsqueda de su media naranja, algo que en las universidades deberían estudiar bajo el nombre de "efecto Mosby". Para ahuyentar pensamientos absurdos, básicamente pretendí hacer ver a mi amigo que la actitud ante la vida lo es todo, yo, el ser más pesimista de cuantos habitan el planeta Tierra. Le recordé cierta vez que N., él y yo salimos juntos en Jaén, en junio o julio del año pasado, cuando no rondaban su cabeza ideas sobre el despecho y el desamor dignas de alimentar guiones de sitcoms norteamericanas. "Ahí estabas tú pletórico, ahí no había huevos", le indiqué, en un alarde de facundia. "Hay que dejarse llevar, hay que afrontar el día a día con más... cómo te digo yo... igual que Rodrygo controla el balón, con fluidez". Cariocas, uno nacido en el 2000 y otro en 2001, extremos, apuestas de futuro, incertidumbres. Son distintos, pero la comparación entre Vinicius y Rodrygo desde que aterrizaron en Madrid es inevitable. Por entonces, la diferencia definitiva entre ambos, para mí, estaba bastante clara y concernía a lo psicológico. Vinicius representaba el paradigma del hombre preocupado. El miedo a los pitos, el peso de los 45 o 50 kilos que costó, el conflicto entre ser fiel a uno mismo y repetir lo que antes acabó en error aunque acabara en error o intentar algo nuevo porque se supone que es lo más correcto, lo más lógico, dos conceptos altamente inflamables. Y ya se sabe: quien juega con fuego, termina quemándose. Igual que ahora, Vinicius en noviembre ya regateaba, porque siempre lo ha sabido hacer, y solía salir exitoso de los duelos, pero luego llegaba el momento de pensar con frialdad y acontecía el descalabro. Literalmente: se caía. Se tropezaba y al suelo. Un mal golpeo de balón, un intento de exhibición técnica en lugar de una solución práctica que acababa en estrépito. Sabía el cómo, pero no el porqué. Palabras sueltas sin relación alguna entre sí, un cúmulo de frases perentorias y rimbombantes pero carentes de orden y contexto. Por el contrario, Rodrygo -le expliqué yo a F.- actuaba por puro instinto. "Controla con suavidad, como una anguila en el agua, pum, controla, regatea, parece... un... parece un... un... un gusanillo moviéndose, pum, por eso lleva dos goles en tres o cuatro partidos de liga que ha jugado y Vinicius ha marcado sólo dos entre el año pasado y este", detallé antes de sentenciar: "Hay que ser más como Rodrygo".

Cuatro meses después, Vini abrió la lata en el recordado Clásico pre-covid que terminó 2-0 para el Madrid, una actuación decisiva que alimentó tímidas esperanzas. Hoy, ocho meses más tarde de aquella conversación por WhatsApp, el brasileño vuelve a destacar en un partido de forma notable. Hay más seguridad en su proceder, menos precipitación. Parece haber aprendido de parte de sus errores y haberse ganado la confianza del vestuario. Ahora sus movimientos y decisiones en el campo se suceden en base a un envidiable rigor sintáctico. Debería coger el teléfono y confesarle a F. mi habilidad escasa para el consejo. Está claro que no hay un sólo camino hacia la felicidad: tanto en lo amoroso como en lo futbolístico también se puede ser como Vinicius.



Fotografía: EFE.


jueves, 18 de junio de 2020

Me quedará la palabra

Martes.

22:43

      Apenas puedo mantenerme en pie. Me siento débil, debilísimo, tanto como un sietemesino. Si alguien me soplara, me diluiría en la atmósfera en una fracción de segundo, si me tocara, provocaría mi derrumbe inmediato, como si fuera un mero azucarillo. Ceniza, escombro y barro. Hoy sólo quiero silencio y alejarme todo lo posible de los gritos furibundos, pero no consigo dejarlos atrás. Dudo que alguna vez lo logre, del mismo modo que hay manchas que duran toda la vida. A mí esta me acompañará siempre.
      Destacar en un titular que Francisco Javier A. G., el presunto asesino de María Belén S. R. y sus dos hijos, era "un hombre de buen trato y correcto", ha sido un error grosero que, aunque no haya dependido sólo de mí, siento como propio. Y se trata del enésimo que uno comete, sí, pero también es el que más me está doliendo, no por la repercusión que ha tenido, ni tampoco porque personas que me conocen y otras a las que sigo y admiro me tachen de energúmeno y digan que soy basura, sino porque no suma, más bien resta, en la necesaria lucha contra la violencia machista, lo cual, dicho así, de forma tan sencilla y directa, suena a hambre de redención barata, a obligada impostura. Por ello siento la necesidad de explicarme más a fondo, de hacer ver que, por supuesto, no pretendía, como he leído, ni blanquear la figura de nadie ni tapar un crimen, que yo no soy así, que no quiero ser así en absoluto y que este error responde bien a la inexperiencia, bien al mal criterio, pero lo único que acierto a hacer es pedir disculpas.

      He vuelto a caer de espaldas. Debería estar inconsciente, pero mantengo los ojos abiertos. De nuevo me sobrevuela la duda acostumbrada: ¿valgo yo para esto?


Miércoles.

11:24

      Hay quien está deseoso de apuntarse un tanto moral a diario. Lo malo es que le basta con escribir un tuit para darse por satisfecho e irse a la cama con la conciencia tranquila -algunos lo hacen simplemente por puro proselitismo-, caiga quien caiga y aunque el encajador esté en la misma trinchera que la suya. No, nadie lo comprueba antes de un ataque tuitero.
      Aquellos con quienes habitualmente estoy de acuerdo, con quienes comparto hasta credo y argumentario, hoy se atreven a afirmar sin miramientos que soy "un mal profesional y una mala persona". Un titular desafortunado -y aislado- les basta para condenarme en juicio sumarísimo, pero -y no tendría que ser necesario- hay que recordar que el que no cojea, renquea.
      Huelga decir que, por supuesto, mis ideas acerca del machismo se mantienen firmes. Seré claro: estoy convencido de que erradicar la cultura heteropatriarcal a través de la educación y la concienciación es posible. Yo continuaré usando mis armas para contribuir a la causa, como hasta ahora, en la medida que pueda, porque siempre, y digo siempre, me quedará la palabra.



miércoles, 10 de junio de 2020

La inspiración

Martes.

21:26

      Esta es mi tercera vida. Al menos, la tercera de 2020. De hecho, si miro algo más atrás, es la quinta en el último año y medio. La inmediatamente anterior fue corta. Empezó, como para todo el mundo, en marzo, un mes después de que decidiera dejar de escribir, no de forma definitiva, estas píldoras intestinales y justo cuando la pandemia de covid en España estalló igual que el jugo de una fruta madura al morderse. Acabó -tampoco fui original en esto- en el momento en el que se pudo volver a salir a la calle. Dos meses que no existen. Me pregunto cómo fueron.
      Es, quizás, paradójico, pero precisamente cuando ha habido que echar el resbalón y encerrarse de forma obligatoria durante tanto tiempo no he sentido la necesidad ardorosa de orear las ideas. Soy hombre de encierro, nunca lo he negado. Hoy que el virus ya recula, o eso parece, he decidido retomar este hábito. Es casualidad, lo juro, que lo haga ahora. Han pasado algo más de treinta días desde mi resurrección, pero ya lo rumiaba cuando comencé a agonizar a finales de abril. En ocasiones he echado de menos esta costumbre, que, normalmente, acompañaba a la del café matutino y necesariamente amargo, y ahora, recién estrenado junio, pienso en todo aquello que habría podido escribir durante estos tres meses y que ya se ha perdido. En un principio decidí dilatar esta diario sui géneris hasta agosto o septiembre, es decir, hasta que hubiera cumplido justo un año, pero, está claro, los planes, aunque se tracen con mimo, pocas veces acaban ejecutándose tal y como fueron ideados. Por eso me declaro enemigo acérrimo de la planificación y el orden. Eso, hoy; mañana, ya veremos.
      En septiembre de 2014, Rafael Álvarez, El Brujo, estrenó el monólogo 'La luz oscura de la fe', inspirado en la figura de San Juan de la Cruz. La 1, en su serial 'Imprescindibles', aprovechó la ocasión para hacer un repaso de la trayectoria del artista y colarse en la puesta a punto de uno de los pases de la gira. En un ensayo del cómico lucentinotosiriano con el músico Javier Alejano, este último, violín en mano, se dispone a hacer una anotación en su partitura, pero Álvarez le detiene: "Lo bueno es no apuntarlo para que, cuando lo hagamos, nos equivoquemos y estemos obligados a hacer otra cosa". A pesar de que el músico trata, tímido, de dejar constancia escrita del giro acordado, El Brujo insiste: "Se apunta después, cuando lo hayamos repetido tres o cuatro veces. A la idea de apuntar hay que decirle: "Detente, cierzo muerto; ven, austro", que es la inspiración".



domingo, 9 de febrero de 2020

Por el que hoy te pagan

Viernes.
17:08

 

Este cuaderno de bitácora comenzó con un duelo y quedará cerrado -no sé si de forma definitiva- con el anuncio de una muerte.

A lo largo de un día, de un día tan sólo, uno sufre innumerables zarpazos que le sumen en otras tantas pequeñas crisis identitarias. Muchas -la mayoría- se superan prácticamente un instante después de haber aflorado -o retoñado por vez enésima, según el caso-; otras, sin embargo, lejos de ahuecar pronto el ala, se posan cómodamente en su nido para -aunque sólo sea por unas horas, hasta que surja un oportuno imprevisto que sea necesario atender ipso facto- sumir en las tinieblas los inciertos confines del futuro, lejano o próximo. Las posibilidades de que eso ocurra se multiplican si eres un mercenario de la información y de las letras, una mezcla que puede resultar fatal porque se compone de dos elementos antagónicos en lo referente a su proceso madurativo: la información, cuanto más inmediata, más valiosa; las letras, por el contrario, cuanto más tardías, más perennes. De hecho, ese matrimonio de conveniencia acabó sellando hace tiempo su más que anunciado divorcio, lo cual no ha dado lugar sino a la degradación del periodismo. Es fácil comprobarlo hoy en día porque no son pocos los casos de periodistas que o no respetan los datos o no respetan el verbo. En cuanto a lo primero, aquello de tener buenas fuentes y contrastar la información parece haber quedado relegado, para muchos, a un segundo plano: les basta sólo con ser el más rápido del Oeste, que luego un tuit roñoso -ni siquiera una carta de disculpa- servirá para paliar las consecuencias del gatillo ligero en caso de grandiosa metedura de pata. En lo que se refiere a lo segundo, importa lo justo tener un vocabulario limitado y una sintaxis torpe, siempre y cuando se cuente algo que interesa contar cuando interesa que se cuente. Lo peor de esto es que este perfil triunfa. No es el único que triunfa, pero triunfa. Y a pesar de ello me niego a aspirar a ser así.
¿Fue un acierto dedicarme al periodismo? ¿Hubiera sido mejor elegir en su momento otro camino más cómodo? Si así fuera, ¿estoy a tiempo aún, con cerca de treinta y dos palos, de hacer borrón y cuenta nueva? ¿O es que simplemente aún no he encontrado la manera de explotar adecuadamente mis virtudes en esta profesión? Calculo que, al día, me hago estas preguntas una miríada de veces, pero casi siempre, pobre de mí, acabo respondiendo sólo a esto último, y lo hago de forma afirmativa, para más inri, aunque el efecto del placebo dure sólo hasta el día siguiente. Puta filosofía del buenismo, putas tazas misterwonderful. Yo rompo una lanza en favor de los fracasados, de los expertos del error, de aquellos que necesitaron descubrir todo cuanto no son capaces de hacer para darse cuenta de cuáles son sus capacidades. Por ello no me pesa reconocer que no tuve que haber estudiado Filología Hispánica, tampoco que, de poder elegir de nuevo, no optaría por matricularme en Periodismo, ni que, aun así, habría acabado dedicándome a esto de todos modos, al menos durante algún tiempo. Periodista, igual que maestro y que carpintero, se nace, pero para, además, serlo se debe tener claro que no hay sólo una clase de periodista y que la clave, no del éxito, sino de la realización personal y de la dignificación de la profesión, está, por tanto, en la búsqueda incansable de nuevos códigos que se adapten a la manera propia de contar las cosas. Yo no sé si nací para ser periodista, pero sí estoy seguro de que trabajar en la redacción en la que hoy escribo noticias no me convierte en ello. No en el que yo quiero ser. No en lo que yo quiero ser. La pregunta, por tanto, es sencilla: ¿dejaré de deshojar la flor algún día?

Marta me dijo una vez: "Sólo estoy segura de lo que no soy", lo cual viene a significar lo mismo que algo que solía repetir Sherlock Holmes: "When you have eliminate the impossible, whatever remains, however improbable, must be the truth". La identidad no se construye, sino que nace construida, aunque yazca oculta. Para que vea la luz hay que seguir un proceso destructivo, igual que cuando ha de eliminarse el barro que cubre una pieza arqueológica para que luzca todo su esplendor. Por eso, saber lo que no eres te acerca a lo que te define -y no al contrario-, y yo hoy me siento más limpio, más ligero. Repite conmigo, Pollo: "No eres el periodista por el que hoy te pagan,

no
eres
el
periodista
por
el
que
hoy
te
pagan".

Hora de la defunción, 23:24.

         


jueves, 30 de enero de 2020

La identidad

Miércoles.
12:52

Nada más llegar a la redacción y posar las nalgas en mi maltrecha silla -que tantas nalgas de morfología, consistencia y textura diversa soportó antes de hacerlo con las mías-, F. R. me ha confesado que no entiende lo que escribo, que no me pilla la onda: "No entiendo lo que escribes, no te pillo la onda", me ha dicho, y yo le he respondido que eso, seguramente, es más culpa mía que suya. No me hace falta escuchar comentarios como el de F. R. para autoflagelarme. De hecho, poner continuamente en duda la calidad de casi todos los textos que he parido es mi hobbie favorito. Suelo imaginarme una soirée literaria llena de tipos con monóculo y tipas a lo Joplin comentando que no entienden lo que escribo y que no me pillan la onda mientras beben anís del mono, o quizás indicando que, aunque sí entienden lo que escribo, les interesa poco lo que cuento. Las bebidas espirituosas en este caso tampoco faltan. Hay quien le da demasiada importancia a que le entiendan cuando escribe -también cuando habla, pero más cuando escribe- y a que interese lo que cuenta, y por eso, con el tiempo, acaba dejando de escribir lo que quiere para escribir lo que quieren leer otros, lo cual denota poco cacumen y padecimiento de cagalera terrible.



23:28

Hoy la redacción ha estado algo distraída por culpa de la Copa del Rey. Ha sido una de esas tardes preñadas de partidos que te obligan a estar constantemente atento a los marcadores para no perderte ninguna novedad. De repente, un equipo de Tercera o Segunda B marca ante un Primera y se atrinchera con armonía en busca de una victoria épica, y eso es lo más cerca que uno estará en todo el mes de soñar con que triunfar en la vida es posible aun sin privilegios de sangre o de cuna. Con el nuevo formato de partido único sustituyendo a la soporífera ida y vuelta, la cosa gana en tensión, en dinamismo y en incertidumbre, es decir, se vuelve más divertida, y eso se agradece. Como Rocky Balboa en su primer combate contra Apollo Creed, es una oportunidad entre un millón. Hoy ha sido el Ibiza el que ha estado a punto de dar la sorpresa ante el Barça, que se ha salvado a última hora con un doblete de Griezmann. Nos lo han puesto en la tele a petición popular. El juego de los culés ha sido pobrísimo, timorato, demasiado prudente, y eso me ha sorprendido, más que nada, porque Quique Setién pregonaba una cosa muy distinta hace más bien poco.

Quique Setién, por lo que yo sé sobre Quique Setién, lleva sus últimos años de míster lidiando por sobrevivir en un océano revuelto de miedo, y no lo entiendo. Si algo caracterizó a Setién en sus primeros años de entrenador fue su apuesta por la verticalidad máxima que le hizo merecedor de infinidad de halagos. Sus equipos ofrecían un espectáculo desordenado y, a la vez, muy entretenido porque aseguraba goles tanto a favor como en contra, lo cual enamoraba, claro, al espectador imparcial, pero destrozaba con frecuencia los nervios de hinchas propios, que se dividían entre los que se sumaban al aplauso y los que demandaban más consistencia y fiabilidad. Casualmente, los primeros hacían más ruido cuando el equipo ganaba, y los segundos, cuando se caía con estrépito. Y así hasta que, en su año número dos en el Betis, la temporada pasada, optó por hacer caso a estos últimos y traicionar su discurso. Decidido a reducir el nivel de influencia del factor suerte en el marcador final, reformuló su idea y quiso refugiarse en el sobeo del balón. El resultado fue un Betis horizontal y ramplón. Normal, si ni el propio míster creía en lo que dibujaba en su nueva pizarra. Ahora, en el Barça, le sigue pasando lo mismo, pero por razones distintas. La parroquia culé lleva años con morriña del guardiolismo y está ávida de disfrutar de nuevo de una apuesta por el mimo del esférico, eso que llama 'El Estilo'. Recordando aquel primer fútbol alegre del cántabro y confundiéndolo con el guardiolismo -son dos conceptos complementarios, pero no iguales-, se ha deshecho en elogios baratos hacia Setién, en el que ha visto su perfecto clavo ardiendo al que aferrarse, y el míster ha quedado cegado por la ilusión de convertirse en el esperado salvador del tiquitaquismo supuestamente inherente al Barça -una milonga chorreante, porque el Barça ha jugado al toque cuando ha tenido futbolistas para ello, y cuando no, no-. Por eso está haciendo lo que se esperaba de él -magrear el balón- en vez de lo que siempre había hecho hasta hace poco -atacar sin miedo-. Pero como no sabe hacer lo que se esperaba de él, al llevar al extremo la idea del fútbol de toque lo que ha conseguido es un estilo -en minúscula- sobón y aburrido. Conviene no olvidar que mesías culé sólo hay uno y luce el diez en la espalda. De Leo todo el mundo entiende lo que hace sobre el césped, a Leo todo el mundo le pilla la onda, pero eso es porque, como Borges, vive al margen del paso del tiempo. El mortal debe aprender a convivir con la incomprensión y a no traicionarse. Tanto en el fútbol como en la literatura, Quique, es mejor morir de pie que vivir de rodillas.




viernes, 24 de enero de 2020

Hablo con Dios

Miércoles.

1:47

      A veces, lo confieso, hablo con Dios porque Dios, efectivamente, existe, y para eso está, para que se le hable. Yo su voz no la he oído nunca, pero está para eso, sí, para que se le hable y escuche. Dios existe, lo tengo claro, pero no es nada divino, sino último clavo ardiendo, paño de lágrimas y minúsculo punto del techo al que dirigirle súplicas tribuneras. Normalmente consuela gritarle, aunque no te dedique nunca, repito, ninguna palabra. "¿Cómo me haces esto, Dios? ¿Es este el poder que tú tienes?" Dios existe aunque luzca un pelín desconchado, sí, yo le hablo, sí, y cuando lo hago, lo hago solo porque la endeblez se admite en soledad, se asume en soledad. "¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¡Dime algo, habla, escupe!" Dios existe, pero sólo a veces, porque es sólo a veces cuando es necesario ser débil, hacerse un tajo y enseñar viva la carne. Sólo a veces, sólo a veces, hasta que la sangre corra de nuevo mansa, sólo a veces, sólo a veces.



Pasión

Viernes.

12:18

      Esta renovada Copa del Rey de Rubiales, que sigue haciendo distinción de clase, pero que la reduce, me encanta no sólo porque da pie a que se ofrezca más espectáculo que el que se veía con el formato inmediatamente anterior, sino porque revitaliza el amor puro por los colores de barrio, más limpio que ningún otro en el actual universo balompédico y resistente aún a los ataques del mundo vil y deshumanizado.
      No sé exactamente el motivo, pero ver, aunque haya sido desde la distancia, modestísimos estadios desbordados de pasión me ha traído a las mientes estos versos fatales de Abdón Porte (1918):

"Nacional aunque en polvo convertido
y en polvo siempre amante.
No olvidaré un instante
lo mucho que te he querido.
Adiós para siempre."
    
        El 5 de marzo de 1918, el perro del encargado del estadio de Nacional de Montevideo, Severino Castillo, 'El Indio', encontró el cadáver de Porte en mitad del césped. En su mano izquierda, el revólver con el que se había pegado un tiro en el corazón. Junto a su cuerpo, un sombrero de paja que contenía dos cartas, en una de las cuales escribió este canto de amor hacia los colores que había defendido durante siete años. Su historia inspiró a Horacio Quiroga para escribir ese mismo año 'Juan Portí, half back', considerado el primer relato de fútbol de la historia.



martes, 21 de enero de 2020

Lo extraño

Lunes.

18:52

      La analogía es un recurso utilísimo del que, de hecho, suelo acabar echando mano, y ello a pesar de que trato de evitarlo desde hace ya bastante, no porque piense que se me da mal, sino porque creo que me faltan referencias y que ya he acudido demasiadas veces a las mismas. Esa escasez no es sino el fruto lógico de mi vagancia lectora. Pensar en esa circunstancia -que soy un lector vago- a veces me aterra, sobre todo cuando me doy cuenta de que ha ido a más con el paso de los años. La cantidad de libros que reposan en mi mesita de noche a medio terminar es alarmante. En un primer vistazo veo ‘Otra vuelta de tuerca’, ‘El Giocondo’, ‘Patria’ y una recopilación de tres novelas cortas de Tolstoi. A todos les eché un ojo una tarde, demasiado lejana ya, pero son muy pocos los que volví a abrir una segunda, casi ninguno una tercera. Luego están aquellos otros a los que suelo dar picotazos con mucha frecuencia, como si fueran recetarios: ‘Ficciones’ y ‘El aleph’ -que son uno-, ‘Ceremonias’ y ‘Narraciones extraordinarias’, por ejemplo. En esta segunda categoría entran las antologías poéticas. Como si fuera un no-muerto y estos libros, mi Lucy Westenra, bebo de ellos lo que me apetece y, una vez saciado, vuelvo a depositarlos en su lecho hasta que se me abre de nuevo el apetito. ¿Dónde quedó aquel yo capaz de empezar y acabar ‘Historia de una escalera’, ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, ‘El misterio de la cripta embrujada’ y ‘Todos los detectives se llaman Flanagan’ en un día o en dos, a lo sumo? Durante mucho tiempo permaneció en paradero desconocido e incluso llegué a olvidarme de él casi por completo, pero, de la noche a la mañana, regresó, y ahora le veo de cuando en cuando. Se sienta junto a mí, flacucho, encorvado, callado y serio, apenas ajeno a cuanto hay más allá de la puerta del dormitorio. A menudo lo extraño.





domingo, 5 de enero de 2020

Aún no sé cuál es mi estilo

Sábado.
21:23

 

A veces pienso que dedicarme al periodismo está degradando mi forma de escribir, pero no tardo en concluir que exagero. No obstante, sí que estoy convencido de que, como mínimo, me está alejando del que yo considero que, en este huracán de indefinición en el que vivo atrapado, ha sido mi mejor estilo. Redactar noticias todos los días hace que me resulte imposible olvidar al instante los mecanismos del registro puramente informativo cuando tengo un hueco exiguo para pasarme a la narrativa. Por ello, al final, como ni puedo escribir como quiero en el periódico, ni quiero escribir como en el periódico fuera de la redacción, siempre acaban invadiéndome la frustración, el enfado y acaso también la tristeza. Se preguntará al respecto algún cebollino: ¿no es posible desprenderse del estilo informativo, como si se tratara de un mono de trabajo, y, acto seguido, enfundarse el literario, ya planchado y listo para lucirse, y viceversa? Claro que no, la hostia, claro que no, y quien piense que sí es un borrico, amén de un ignorante de cuidado. Para que escribir, se persiga el objetivo que se persiga, no se convierta en un ejercicio impersonal e insulso -y el texto resultante carezca, por tanto, de lo que Caballero Bonald vino a llamar "base estilística solvente"-, uno ha de sumergirse en la tarea hasta el fondo, acostumbrarse al ritmo de las aguas y acabar dominándolas, algo que, lejos de ser moco de pavo, es harto complicado, más aún si se viene de otro mar completamente distinto. La consecuencia de nadar a contracorriente es, por supuesto, el naufragio; la de hacerlo sin haberse adaptado al cien por cien al entorno, el estallido de la decepción, porque, aunque se conseguirá llegar, seguro, a una plácida orilla, esta será otra algo diferente a la que se pretendía alcanzar cuando comenzó el enfrentamiento contra la hoja en blanco. "Saqueo mi vida. Ahí la tienen. ¿Para qué la quieren? Yo, a veces, la prendería fuego", dice Leila Guerriero. En muchas ocasiones deseo hacer eso con mi estilo. Saquearlo. Quemarlo. Lijarlo hasta dejarlo totalmente raso para, luego, reconstruirlo, tallarlo. Jodida Guerriero. Como a Jabois, a ella también tendrían que enchironarla. De nuevo os acuso de incitación a la lujuria estilística.