Miércoles.
1:47
A veces, lo confieso, hablo con Dios porque Dios, efectivamente, existe, y para eso está, para que se le hable. Yo su voz no la he oído nunca, pero está para eso, sí, para que se le hable y escuche. Dios existe, lo tengo claro, pero no es nada divino, sino último clavo ardiendo, paño de lágrimas y minúsculo punto del techo al que dirigirle súplicas tribuneras. Normalmente consuela gritarle, aunque no te dedique nunca, repito, ninguna palabra. "¿Cómo me haces esto, Dios? ¿Es este el poder que tú tienes?" Dios existe aunque luzca un pelín desconchado, sí, yo le hablo, sí, y cuando lo hago, lo hago solo porque la endeblez se admite en soledad, se asume en soledad. "¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¡Dime algo, habla, escupe!" Dios existe, pero sólo a veces, porque es sólo a veces cuando es necesario ser débil, hacerse un tajo y enseñar viva la carne. Sólo a veces, sólo a veces, hasta que la sangre corra de nuevo mansa, sólo a veces, sólo a veces.
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