Lunes.
18:52
La analogía es un recurso utilísimo del que, de hecho, suelo acabar echando mano, y ello a pesar de que trato de evitarlo desde hace ya bastante, no porque piense que se me da mal, sino porque creo que me faltan referencias y que ya he acudido demasiadas veces a las mismas. Esa escasez no es sino el fruto lógico de mi vagancia lectora. Pensar en esa circunstancia -que soy un lector vago- a veces me aterra, sobre todo cuando me doy cuenta de que ha ido a más con el paso de los años. La cantidad de libros que reposan en mi mesita de noche a medio terminar es alarmante. En un primer vistazo veo ‘Otra vuelta de tuerca’, ‘El Giocondo’, ‘Patria’ y una recopilación de tres novelas cortas de Tolstoi. A todos les eché un ojo una tarde, demasiado lejana ya, pero son muy pocos los que volví a abrir una segunda, casi ninguno una tercera. Luego están aquellos otros a los que suelo dar picotazos con mucha frecuencia, como si fueran recetarios: ‘Ficciones’ y ‘El aleph’ -que son uno-, ‘Ceremonias’ y ‘Narraciones extraordinarias’, por ejemplo. En esta segunda categoría entran las antologías poéticas. Como si fuera un no-muerto y estos libros, mi Lucy Westenra, bebo de ellos lo que me apetece y, una vez saciado, vuelvo a depositarlos en su lecho hasta que se me abre de nuevo el apetito. ¿Dónde quedó aquel yo capaz de empezar y acabar ‘Historia de una escalera’, ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, ‘El misterio de la cripta embrujada’ y ‘Todos los detectives se llaman Flanagan’ en un día o en dos, a lo sumo? Durante mucho tiempo permaneció en paradero desconocido e incluso llegué a olvidarme de él casi por completo, pero, de la noche a la mañana, regresó, y ahora le veo de cuando en cuando. Se sienta junto a mí, flacucho, encorvado, callado y serio, apenas ajeno a cuanto hay más allá de la puerta del dormitorio. A menudo lo extraño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario