domingo, 9 de febrero de 2020

Por el que hoy te pagan

Viernes.
17:08

 

Este cuaderno de bitácora comenzó con un duelo y quedará cerrado -no sé si de forma definitiva- con el anuncio de una muerte.

A lo largo de un día, de un día tan sólo, uno sufre innumerables zarpazos que le sumen en otras tantas pequeñas crisis identitarias. Muchas -la mayoría- se superan prácticamente un instante después de haber aflorado -o retoñado por vez enésima, según el caso-; otras, sin embargo, lejos de ahuecar pronto el ala, se posan cómodamente en su nido para -aunque sólo sea por unas horas, hasta que surja un oportuno imprevisto que sea necesario atender ipso facto- sumir en las tinieblas los inciertos confines del futuro, lejano o próximo. Las posibilidades de que eso ocurra se multiplican si eres un mercenario de la información y de las letras, una mezcla que puede resultar fatal porque se compone de dos elementos antagónicos en lo referente a su proceso madurativo: la información, cuanto más inmediata, más valiosa; las letras, por el contrario, cuanto más tardías, más perennes. De hecho, ese matrimonio de conveniencia acabó sellando hace tiempo su más que anunciado divorcio, lo cual no ha dado lugar sino a la degradación del periodismo. Es fácil comprobarlo hoy en día porque no son pocos los casos de periodistas que o no respetan los datos o no respetan el verbo. En cuanto a lo primero, aquello de tener buenas fuentes y contrastar la información parece haber quedado relegado, para muchos, a un segundo plano: les basta sólo con ser el más rápido del Oeste, que luego un tuit roñoso -ni siquiera una carta de disculpa- servirá para paliar las consecuencias del gatillo ligero en caso de grandiosa metedura de pata. En lo que se refiere a lo segundo, importa lo justo tener un vocabulario limitado y una sintaxis torpe, siempre y cuando se cuente algo que interesa contar cuando interesa que se cuente. Lo peor de esto es que este perfil triunfa. No es el único que triunfa, pero triunfa. Y a pesar de ello me niego a aspirar a ser así.
¿Fue un acierto dedicarme al periodismo? ¿Hubiera sido mejor elegir en su momento otro camino más cómodo? Si así fuera, ¿estoy a tiempo aún, con cerca de treinta y dos palos, de hacer borrón y cuenta nueva? ¿O es que simplemente aún no he encontrado la manera de explotar adecuadamente mis virtudes en esta profesión? Calculo que, al día, me hago estas preguntas una miríada de veces, pero casi siempre, pobre de mí, acabo respondiendo sólo a esto último, y lo hago de forma afirmativa, para más inri, aunque el efecto del placebo dure sólo hasta el día siguiente. Puta filosofía del buenismo, putas tazas misterwonderful. Yo rompo una lanza en favor de los fracasados, de los expertos del error, de aquellos que necesitaron descubrir todo cuanto no son capaces de hacer para darse cuenta de cuáles son sus capacidades. Por ello no me pesa reconocer que no tuve que haber estudiado Filología Hispánica, tampoco que, de poder elegir de nuevo, no optaría por matricularme en Periodismo, ni que, aun así, habría acabado dedicándome a esto de todos modos, al menos durante algún tiempo. Periodista, igual que maestro y que carpintero, se nace, pero para, además, serlo se debe tener claro que no hay sólo una clase de periodista y que la clave, no del éxito, sino de la realización personal y de la dignificación de la profesión, está, por tanto, en la búsqueda incansable de nuevos códigos que se adapten a la manera propia de contar las cosas. Yo no sé si nací para ser periodista, pero sí estoy seguro de que trabajar en la redacción en la que hoy escribo noticias no me convierte en ello. No en el que yo quiero ser. No en lo que yo quiero ser. La pregunta, por tanto, es sencilla: ¿dejaré de deshojar la flor algún día?

Marta me dijo una vez: "Sólo estoy segura de lo que no soy", lo cual viene a significar lo mismo que algo que solía repetir Sherlock Holmes: "When you have eliminate the impossible, whatever remains, however improbable, must be the truth". La identidad no se construye, sino que nace construida, aunque yazca oculta. Para que vea la luz hay que seguir un proceso destructivo, igual que cuando ha de eliminarse el barro que cubre una pieza arqueológica para que luzca todo su esplendor. Por eso, saber lo que no eres te acerca a lo que te define -y no al contrario-, y yo hoy me siento más limpio, más ligero. Repite conmigo, Pollo: "No eres el periodista por el que hoy te pagan,

no
eres
el
periodista
por
el
que
hoy
te
pagan".

Hora de la defunción, 23:24.

         


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