Martes.
21:26
Esta es mi tercera vida. Al menos, la tercera de 2020. De hecho, si miro algo más atrás, es la quinta en el último año y medio. La inmediatamente anterior fue corta. Empezó, como para todo el mundo, en marzo, un mes después de que decidiera dejar de escribir, no de forma definitiva, estas píldoras intestinales y justo cuando la pandemia de covid en España estalló igual que el jugo de una fruta madura al morderse. Acabó -tampoco fui original en esto- en el momento en el que se pudo volver a salir a la calle. Dos meses que no existen. Me pregunto cómo fueron.
Es, quizás, paradójico, pero precisamente cuando ha habido que echar el resbalón y encerrarse de forma obligatoria durante tanto tiempo no he sentido la necesidad ardorosa de orear las ideas. Soy hombre de encierro, nunca lo he negado. Hoy que el virus ya recula, o eso parece, he decidido retomar este hábito. Es casualidad, lo juro, que lo haga ahora. Han pasado algo más de treinta días desde mi resurrección, pero ya lo rumiaba cuando comencé a agonizar a finales de abril. En ocasiones he echado de menos esta costumbre, que, normalmente, acompañaba a la del café matutino y necesariamente amargo, y ahora, recién estrenado junio, pienso en todo aquello que habría podido escribir durante estos tres meses y que ya se ha perdido. En un principio decidí dilatar esta diario sui géneris hasta agosto o septiembre, es decir, hasta que hubiera cumplido justo un año, pero, está claro, los planes, aunque se tracen con mimo, pocas veces acaban ejecutándose tal y como fueron ideados. Por eso me declaro enemigo acérrimo de la planificación y el orden. Eso, hoy; mañana, ya veremos.
En septiembre de 2014, Rafael Álvarez, El Brujo, estrenó el monólogo 'La luz oscura de la fe', inspirado en la figura de San Juan de la Cruz. La 1, en su serial 'Imprescindibles', aprovechó la ocasión para hacer un repaso de la trayectoria del artista y colarse en la puesta a punto de uno de los pases de la gira. En un ensayo del cómico lucentinotosiriano con el músico Javier Alejano, este último, violín en mano, se dispone a hacer una anotación en su partitura, pero Álvarez le detiene: "Lo bueno es no apuntarlo para que, cuando lo hagamos, nos equivoquemos y estemos obligados a hacer otra cosa". A pesar de que el músico trata, tímido, de dejar constancia escrita del giro acordado, El Brujo insiste: "Se apunta después, cuando lo hayamos repetido tres o cuatro veces. A la idea de apuntar hay que decirle: "Detente, cierzo muerto; ven, austro", que es la inspiración".
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