domingo, 27 de septiembre de 2020

Aniversario

Martes.

23:04

     Torredonjimeno, mil novecientos noventa y pico. Abundaban en aquella época las colecciones de películas grabadas en el trágicamente extinto formato VHS, y mi padre, best friend de los comerciales del Círculo de Lectores y adicto a los artículos de ocasión, decidió hacerse con la primera entrega de una de ellas, 'Seven'. No recuerdo lo que comí ayer ni dónde he puesto la cartera, pero sí mi primer cara a cara con la caja continente de la cinta. Fue en el cuarto de mi antiguo piso destinado a almacenar no sólo películas, sino libros, discos y, por supuesto, la joya de la corona: el vídeo Betamax, conservado como reliquia en puro acto de nostalgia o acaso de rebeldía. Se trató aquella de una suerte de experiencia lisérgica. La tipografía ciertamente caótica, ciertamente perturbadora, el título, certero, afilado y acaso cortante, y las caras de póker de Pitt y Freeman sobre el negro del abismo. Luego vino el inquietante motion graphics de Kyle Cooper en los créditos iniciales, que vi en el sofá, junto a mi padre, alerta desde el minuto cero para taparme los ojos cuando lo cruento o lo repugnante superara en el film los niveles socialmente aceptados para un niño preeucarístico. No obstante, me las ingenié para ver entre sus dedos -y ojo, que viene un pequeño spoiler- el cadáver del obeso mórbido y su cubo de vómitos, apetecible primer plato de la trama. No duré mucho en el sofá. Aquellas manos no daban abasto para ocultar tanta supuesta escena desagradable. Por orden de la autoridad casera competente, hube de abandonar el salón, no sin antes mostrar enérgicamente mi disconformidad con aquel proceder dictatorial. De forma astuta me coloqué tras la puerta, busqué el ángulo adecuado para alcanzar la pantalla con la vista y desde allí seguí disfrutando de la cinta hasta que la cinta quiso. Te lo advierto: si no has visto la película, es mejor que te abstengas de seguir leyendo. Situémonos. Minuto ciento doce de ciento veintiuno. Un repartidor de Crosstown Express entrega una caja para David Mills (Pitt) en un descampado a las afueras de Nueva York. La recoge un incrédulo William Somerset (Freeman). Tras despejar sus dudas mientras Mills encañona a un tercero, decide abrirla. Corta el precinto con una navaja, retira las ensangrentadas solapas, echa un vistazo al interior y casi se cae de espaldas del susto. ¿Qué cojones había en la caja? Nosotros no lo supimos ese día porque sufrimos una de las mayores putadas de la historia del séptimo arte. En pleno ascenso vertiginoso al clímax, la pantalla se fue a negro. Así, sin anestesia, como una hostia en seco. ¿Mala suerte de haber comprado la única de las cintas a la venta con un fallo de grabación? En absoluto: justo castigo divino a la más vil de las censuras. Mis padres vieron el desenlace al día siguiente, también en el salón, tras haber descambiado el artículo defectuoso. Yo hice lo propio desde el otro lado de la puerta, ajeno a mi condición de cazador cazado. Más allá de por su estética noir, por su textura, por su atmósfera asfixiante, por las interpretaciones, por el regusto áspero que deja y por su mensaje crítico y desalentador que cobra más sentido a cada año que pasa, 'Seven' es la número uno de mi top ten porque hoy se cumplen veinticinco años de su estreno y aquel primer recuerdo se mantiene intacto.



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