Lunes.
23:39
María
Elena Higueruelo, en ‘Los días eternos’, asegura que la despedida comienza
mucho antes que la separación, y es cierto. Yo llevo diciendo adiós durante al
menos un año y medio al Periódico J aun sin saber en qué fecha exacta dejaré
esto, pero sé que lo dejaré, y eso me basta en este caso atípico. Las
despedidas no suelen ser tan precoces, sino que empiezan cuando la separación
está cerca. Recientemente he vuelto a comprobarlo. N. y yo hemos dejado el piso
de la calle San Clemente -ni dos semanas hace-, y aunque supimos en agosto que
nos iríamos en octubre, en mi caso los adioses no comenzaron hasta la última
semana de septiembre. Y digo adioses, y no adiós, porque, en efecto, cuando la
separación ya era inminente, mi día a día se llenó de posibles últimas veces.
La posible última vez que miraba por la ventana de ese salón, la posible última
vez que escuchaba al estanquero abrir la puerta del local desde ese sofá, la
posible última vez que usaba la vitro en esa cocina, la posible última vez que
me duchaba en ese cuarto de baño escuchando 'Los mejillones tigre', el posible
último lunes, el posible último martes, el posible último miércoles entre esas
paredes... esto es, las posibles últimas veces de cosas que, en esencia, volveré
a hacer, que volveré a vivir, pero nunca más allí ni en las circunstancias que
al hacerlo allí se daban, nunca más en el espacio único que ocupan esa ventana,
ese salón, ese sofá, esa cocina y ese cuarto de baño, nunca más en la
microparte del universo contenida entre esas paredes. Uno es en cada momento la
suma de cuanto hace y le rodea -de cuanto hace según lo que le rodea- y eso
incluye este conjunto de ripios y nimiedades. Por ello, cuando alguien parte de
un lugar sabiendo que nunca regresará, no sólo se separa de este, sino también
de una fracción de su yo con la que tampoco volverá a reencontrarse y que, con
el tiempo, quedará en el olvido. Dependiendo del caso, tal clase de olvido
hasta puede llegar de forma instantánea, porque incluso en el sincero acto de
decir adiós se cae en la discriminación si no se tiene en cuenta ese
yo-fragmento. ¿Existe una angustia mayor que el miedo a olvidarte a ti mismo?
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