martes, 13 de octubre de 2020

Despedidas

Lunes.
23:39

 

María Elena Higueruelo, en ‘Los días eternos’, asegura que la despedida comienza mucho antes que la separación, y es cierto. Yo llevo diciendo adiós durante al menos un año y medio al Periódico J aun sin saber en qué fecha exacta dejaré esto, pero sé que lo dejaré, y eso me basta en este caso atípico. Las despedidas no suelen ser tan precoces, sino que empiezan cuando la separación está cerca. Recientemente he vuelto a comprobarlo. N. y yo hemos dejado el piso de la calle San Clemente -ni dos semanas hace-, y aunque supimos en agosto que nos iríamos en octubre, en mi caso los adioses no comenzaron hasta la última semana de septiembre. Y digo adioses, y no adiós, porque, en efecto, cuando la separación ya era inminente, mi día a día se llenó de posibles últimas veces. La posible última vez que miraba por la ventana de ese salón, la posible última vez que escuchaba al estanquero abrir la puerta del local desde ese sofá, la posible última vez que usaba la vitro en esa cocina, la posible última vez que me duchaba en ese cuarto de baño escuchando 'Los mejillones tigre', el posible último lunes, el posible último martes, el posible último miércoles entre esas paredes... esto es, las posibles últimas veces de cosas que, en esencia, volveré a hacer, que volveré a vivir, pero nunca más allí ni en las circunstancias que al hacerlo allí se daban, nunca más en el espacio único que ocupan esa ventana, ese salón, ese sofá, esa cocina y ese cuarto de baño, nunca más en la microparte del universo contenida entre esas paredes. Uno es en cada momento la suma de cuanto hace y le rodea -de cuanto hace según lo que le rodea- y eso incluye este conjunto de ripios y nimiedades. Por ello, cuando alguien parte de un lugar sabiendo que nunca regresará, no sólo se separa de este, sino también de una fracción de su yo con la que tampoco volverá a reencontrarse y que, con el tiempo, quedará en el olvido. Dependiendo del caso, tal clase de olvido hasta puede llegar de forma instantánea, porque incluso en el sincero acto de decir adiós se cae en la discriminación si no se tiene en cuenta ese yo-fragmento. ¿Existe una angustia mayor que el miedo a olvidarte a ti mismo?




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