Jueves.
12:06
Que la llegada de septiembre resulta clave en la reaceleración del ritmo urbano es prácticamente una perogrullada. Que mentimos sobre la presunta impertinencia de su retorno, también -"el verano son los padres", que diría aquel-. A ti, igual que a mí, te gusta septiembre. Le gusta a la España devota de Frascuelo y de María y a la del olvidado recetario de insurrección. Septiembre tiene su aquel, su "je ne sais quoi". Convoca con maestría de perro viejo a las mariposas del estómago. Nos avergüenza reconocerlo, pero nos encanta que nos hable al oído y sentirnos seguros con él, en calma. Septiembre es, por tanto, una paradoja. Consigue que regrese la actividad a la urbe, sí, que la calle se convierta de nuevo en el acostumbrado torbellino de caras sin nombre, pero se trata este, en realidad, de un caos institucionalizado y casi paliativo. A España le reconforta la rutina y ansía su retorno porque sumergirse en ella no entraña riesgo alguno, y esa circunstancia hace que, en términos de intelectualidad, sea vaga, de mollera floja, acomodaticia. El debate -no la vociferación fogosa ni el ladrido estéril, sino el debate- le cansa, el pensar en revolución le agota, el estrechamiento de los límites de la zona de confort le aterroriza. Por ello, los pensamientos extremos no triunfan. Su calado es fugaz porque son fruto de un arranque iracundo, de una rabieta. Podemos, por ejemplo, es una rabieta. Vox también. Ciudadanos es más como septiembre. PP y PSOE viven al margen del paso del tiempo y de las estaciones. Son el café en vaso de caña.
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Que la llegada de septiembre resulta clave en la reaceleración del ritmo urbano es prácticamente una perogrullada. Que mentimos sobre la presunta impertinencia de su retorno, también -"el verano son los padres", que diría aquel-. A ti, igual que a mí, te gusta septiembre. Le gusta a la España devota de Frascuelo y de María y a la del olvidado recetario de insurrección. Septiembre tiene su aquel, su "je ne sais quoi". Convoca con maestría de perro viejo a las mariposas del estómago. Nos avergüenza reconocerlo, pero nos encanta que nos hable al oído y sentirnos seguros con él, en calma. Septiembre es, por tanto, una paradoja. Consigue que regrese la actividad a la urbe, sí, que la calle se convierta de nuevo en el acostumbrado torbellino de caras sin nombre, pero se trata este, en realidad, de un caos institucionalizado y casi paliativo. A España le reconforta la rutina y ansía su retorno porque sumergirse en ella no entraña riesgo alguno, y esa circunstancia hace que, en términos de intelectualidad, sea vaga, de mollera floja, acomodaticia. El debate -no la vociferación fogosa ni el ladrido estéril, sino el debate- le cansa, el pensar en revolución le agota, el estrechamiento de los límites de la zona de confort le aterroriza. Por ello, los pensamientos extremos no triunfan. Su calado es fugaz porque son fruto de un arranque iracundo, de una rabieta. Podemos, por ejemplo, es una rabieta. Vox también. Ciudadanos es más como septiembre. PP y PSOE viven al margen del paso del tiempo y de las estaciones. Son el café en vaso de caña.
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