Sábado por la mañana.
Acabo de subir al bus. Aquí, en Jaén, no lo
saben, pero en mi pueblo se vive la resaca post-ofrenda a la patrona. Eso
quiere decir que el despertar, para muchos, va a ser muy jodido.
En abril de 1988, mes y año de mi nacimiento,
la discográfica PDI publicó el cuarto álbum de estudio de El último de la fila,
‘Como la cabeza al sombrero’. La quinta canción de la carabé del elepé es
‘Llanto de pasión’, y siempre que estoy de vuelta la recuerdo. Su letra, que
tiene algo de elegía, pero también algo de épica, habla del pasado y,
precisamente, de un regreso. ¿Soy yo el de la canción? Quizás, pero no del todo
ahora, sino dentro de unos años.
Cuando cierro los ojos, a veces me encuentro
conmigo mismo en el futuro. La escena es, en general, difusa, aunque puedo
deducir dos cosas claras de esta, a saber, que estoy lejos de mi terruño y que,
a causa de ello, aquel a quien imagino no soy realmente yo, sino un trasunto de
mí. Aunque Manolo García diga que lo que pasó ya no existe, parte de uno
siempre se queda en el tiempo y en el lugar en los que aprendió a convivir con
la alegría. Desvío la vista de la ventanilla y me topo con el tatuaje en mi brazo.
Son los tres últimos versos de ‘Contra Jaime Gil de Biedma’ –“Oh, innoble
servidumbre...”-, que me traen a las mientes otra reflexión del poeta: “En el
recuerdo el júbilo es igual a la tristeza”. Lo confieso: tengo miedo a olvidar
que lo que soy ahora y lo que seré en el futuro se lo debo al pasado. El bus
llega a su destino y poso los pies en un asfalto de sobra conocido. Hola,
Tosiria. Vuelvo a donde empecé.
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