jueves, 5 de septiembre de 2019

Jueves, primera hora de la tarde

Jueves, primera hora de la tarde.

Fernando Quiñones dice que quiere hacer una hoguera con todas las palabras. Llevo un año tratando de cerrar un poema dedicado a su estatua junto a La Caleta. Lo retomaré hoy, ya lo he decidido, pero no será hasta esta noche.
Dos horas después, el nervio me vence. Hoy llevo tres páginas, de modo que me quedan, como poco, cuatro horas en la redacción -eso, teniendo en cuenta ya los imprevistos-. Sin embargo, aprovecho un hueco para crear un documento en blanco y escribir un par de ideas. No me servirán luego, pero necesito quitarme este peso ahora. Echo de menos el puerperio literario. 
Son cerca de las nueve y salgo a que me dé el aire. Hace tiempo descubrí una palabra bonita: petricor. Sé que trataré de meterla con calzador en el poema, que por culpa de ello me acostaré a las dos y que mañana, cuando esté bebiendo mi café salido de la fragua vulcania, lo reeleré, borraré todo cuanto escribí de madrugada y me replantearé mi oficio y mi vocación. Antes de dormir hoy quiero leer a Hermann Hesse. ¿Me traje a Jaén ‘Rastro de un sueño’? Creo que me ha caído una gota en la cabeza y que otra ha hecho lo propio en el suelo. Ah, claro, de ahí el petricor.

Resta menos de una hora para la medianoche. He salido hace diez minutos y me he dejado el libro del poeta junto al teclado. Me hubiera gustado releer otro par de versos. Ahora estoy seguro de que hoy ya no escribiré nada. Disfruto del paisaje nocturno y caleidoscópico. Pienso que me gustaría beber una copa. Pienso que la necesito. Cuando llegue al piso, me tiraré en el sofá y charlaré vagamente sobre quimeras hasta que me venza el sueño. No me preocupa, la creatividad se asienta sobre el pesimismo.

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