viernes, 15 de noviembre de 2019

Fútbol sonajero

Viernes.
2:58

       Cuando uno no sabe qué contar sólo le queda intentar engañar al lector para no sentirse un inútil. El uso excesivo de artificios literarios, la verborrea pomposa y la rimbombancia son buenos recursos para lograrlo. Que se atreva alguien a decirme lo contrario. Que cualquiera que haya tenido que afrontar la redacción de una crónica cerca del cierre del periódico tenga la poca vergüenza de mentir abiertamente y asegurar que no lo ha hecho nunca. Vamos, reconoced que sí. ¿O es que acaso sois todos malditas máquinas sin fallo? ¿O quizás vuestras preclaras mentes son joyas sin par de la naturaleza que siempre, bajo cualquier circunstancia, consiguen rendir al máximo y ser completamente originales? Como yo, sabéis que no, y también como yo, habéis tirado en más de una ocasión de vuestra mayor o menor pericia lingüística para salir del paso. Y seguro que, en algunos de estos casos, hasta han venido a daros una palmadita en la espalda por el resultado. Y vosotros, mientras os aguantabais una risa boba, pensando: "Si fue una puta mierda lo que escribí". Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con eso. Mi padre repite a menudo una frase que su abuela solía decir cuando alguien se dejaba medio plato de comida pese a haber pedido una ración copiosa: "Se llena antes el ojo que el buche", y eso mismo es lo que ocurre con el barroquismo. Como recurso puntual es excelente, pero como estilo definido -lo que Marsé llamó "prosa sonajero"-, agota en seguida, sobre todo si nunca o casi nunca tienes nada que decir.
      Isco Alarcón es un futbolista sonajero. Al menos, ahora mismo. Da coraje reconocerlo, pero es así. He intentado negarlo, de veras, con todas mis fuerzas, le he defendido a capa y espada incluso cuando se esforzó más en usar las redes al estilo chuleta que en jugar como el trequartista de época que ya había demostrado que podía ser, y me he dado cuenta de que aquello era inútil. Su técnica exquisita llena el ojo, claro, provoca que quieras mucho más de él, pero el buche, después de comprobar que detrás de tanto malabarismo sólo suele haber humo, se sacia demasiado pronto. A pesar de eso, durante estas cinco temporadas y poco -está bien, restemos el año y medio que, juntando varias etapas, su juego ha sido efectivo- a uno le han entrado constantemente ganas de pedir una nueva ración de Isco, y él se ha encargado de servirla, aunque en cantidades dispares. Ahora ya, sin embargo, ni siquiera eso. Quizás es que de Isco no hay más carne que roer, quizás es que el malagueño ya sólo se ha quedado en el hueso.


Fotografía: Marca - Chema Rey.


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