Miércoles.
17:12
Llueve de nuevo en la calle San Clemente y resuelvo quedarme en casa. Pongo la calefacción al máximo, me tumbo en el sofá y, sin apenas pensarlo, me entrego a la condena de todo aquel que gusta de escribir como medio de catarsis: la corrección perpetua, enfermedad sin cura posible. Decido escuchar, de fondo, algo de música. Sólo instrumental -si no, no voy a concentrarme-. Enciendo la esmartiví, busco, en YouTube, un par de palabras clave, escojo una sugerencia y dejo que la aplicación decida por mí qué seguir oyendo. Las piezas musicales van sonando una detrás de otra. Hay algunas que ya conocía y otras que no. De estas nuevas, varias me gustan especialmente, pero o no alzo la vista para leer título y nombre del compositor o, aunque lo hago, no retengo ninguna de las dos cosas. Empieza una nueva melodía. Esta me suena, aunque no recuerdo cómo se llama. Lo consulto en la pantalla: ni idea, diría que es la primera vez que leo el título, pero me reafirmo en que ya he escuchado antes esta música. Pasan dos minutos y la pieza se termina. Ahora estoy plenamente convencido de que no recordaré el título mañana. Entonces me asalta una duda: ¿me habrá pasado lo mismo ya antes? Me refiero a exactamente lo mismo: la canción, su residuo en mi memoria, la ausencia del qué, del cómo y del cuándo. Del cuándo, sobre todo el cuándo. Y, si es así, ¿no me volverá a pasar? En principio no me importa; luego acaba por inquietarme, sobre todo si pienso que algo parecido ocurrirá con el día de hoy. En el futuro, seguro, volveré a vivirlo, a revivirlo -la lluvia, el cobijo, la intimidad-, y seré consciente de que habrá habido otros días iguales e indispensables para alcanzar ese mañana hipotético, pero tampoco me acordaré del cuándo. ¿Cómo puede ser perecedero el recuerdo de algo que tuvo tanta importancia en la construcción del porvenir? Acaba de escampar. Por la ventana observo el suelo mojado. Mañana lloverá de nuevo, y el agua que caerá será la misma de hoy aunque no venga de la misma forma. La existencia se compone de un sinfín de muertes pequeñas.
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