El
Tribunal Supremo ha dictado sentencia: los tocamientos no consentidos serán
considerados abuso sexual. La feliz noticia viene circulando en los medios
durante los últimos días, y es cierto que la medida merece aplauso por su carácter
amedrentador dirigido a borricos, malparidos, machitos y gallitos, pero no deja
de ser –igual que lo es cortar el tallo de una mala hierba en lugar de
extirparla de raíz– una solución a medias. El problema se erradicaría si se
tomaran las pertinentes cartas en el asunto desde el punto de vista educativo.
Pero mientras la educación siga dependiendo de chupópteros que en su momento
decidieron dedicar su vida a hacer carrera política, esto es, de intereses
sectarios y partidistas, no existirá manera alguna de hallar remedio. Nuestra
educación se basa en clichés anticuados, en el yo digo, tú repites, en la
comodidad, en la formación de engranajes futuros que sustituyan a los ya desgastados dentro de la gran maquinaria capitalista, y esta situación exige un
cambio radical antes de que sea demasiado tarde.
Centrémonos en
la base del asunto. Escarbemos y lleguemos al epicentro. Cuando yo lo hago, llego
a una conclusión clara: yo no enseñaría ortografía en las escuelas. Y me preguntarás
que qué tiene que ver esto con la cuestión planteada al inicio, a lo que yo
contesto que mucho, que todo. Repito: yo no enseñaría ortografía en las
escuelas. ¿Sabes cómo se aprende ortografía? Leyendo. ¿Sabes lo que también
aprende uno leyendo? Uno, leyendo, aprende a pensar. Así que no. Decididamente
no. Yo no enseñaría ortografía en las escuelas. Yo, además de la lectura
–porque leer dista mucho de saber que tal sonido corresponde a tal grafía, que
es lo que se enseña–, trabajaría la expresión oral, enseñaría cómo manifestar
el pensamiento, cómo utilizar los recursos que ofrece la lengua para construir
ideas, poner estas en práctica y hacer que el mundo progrese. Enseñar
ortografía, en cambio, enseñar ortografía y caligrafía, dar más importancia a
la forma que al fondo, es transmitir un concepto equivocado de la gramática, de
la sintaxis e incluso de la semántica; enseñar ortografía y caligrafía sin
detenerse en la expresión es decir que la creatividad tiene que quedar aparcada,
es conseguir que se usen mal los diccionarios y las gramáticas y que se acuda a
ellos para saber cómo debe hablarse o qué significa una palabra, como si se
tratara la relación significante/significado de un principio inviolable de la
naturaleza, cuando en la capacidad de crear nuevos significados y nuevos usos
se encuentra parte de la clave de nuestro desarrollo pleno como personas; enseñar ortografía y caligrafía sin detenerse en la expresión es matar esa
capacidad, es crear peleles, ineptos sociales, garrulos, pobreticos del Señor. ¿Recuerdas
cuando el maestro o la maestra de turno decía que la ‘a’ tenía que escribirse
así o asao –y no respetar el así o el asao era signo inequívoco de torpeza o
rebeldía mayúscula-, que la ‘a’ tenía que encajar de manera precisa en el
cuadradito de la cuadriculita de la libretita y no salirse de los límites que
marcaban la rayita de arriba y la rayita de abajo en el cuadernito de
caligrafía? ¿No son esas rayitas del infierno una representación perfecta de
los barrotes de una celda? Imagina a un niño o una niña con unas aptitudes
para el dibujo fuera de lo común. Imagina también que, al colorear, se sale de
la raya. ¿Qué hay de malo en ello? ¿No será salirse de la raya una muestra
clara de creatividad? ¿No crecerá, sin embargo, esa personita creyendo que no
está bien hacerlo así si el maestro o la maestra le dice que no puede salirse
de la raya? ¿No se habrá podido destruir en un segundo una laureada carrera
como artista? ¿No pensará esa personita, una vez alcanzada su edad adulta, que
luchar por lo que cree justo y por sus derechos está mal porque se trata,
precisamente, de salirse de la raya, de pasarse de la raya? ¿No se considera que es pasarse de la raya gritar la palabra feminismo? ¿No quedará, de
este modo, la sociedad que ahora conocemos anclada y abocada a la desaparición?
¿No ves que lo que quieren es que seamos ovejitas, coño, estúpidas ovejitas que
se queden siempre en el rebaño?
No
formar personas basándose en el librepensamiento, en el respeto a la opinión
de sus iguales y a sus iguales como tales, no estimular la inventiva, obligar a
no salirse de la raya, es sembrar intolerancia. Ser consciente de todo ello y,
aun así, seguir implantando sistemas educativos que obvian estos pilares es otra
clase de abuso, es contribuir a tal suerte de homicidio y también, dado que la
figura machibérica es una de sus consecuencias claras, es aportar el granito de
arena para que continúen existiendo especímenes de esa calaña y para que la
libertad de una mujer en plena calle siga -dígase con todas las letras- manoseándose.
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