sábado, 27 de junio de 2020

Fui yo, en efecto

Sábado.
13:06

Hoy, feria pandémica con los amigos. Será un día largo, según las previsiones. La covid lo condiciona casi todo, sí, pero hay cosas que no cambian. Que los días de feria sean largos es una de ellas.

La vida son momentos, que diría aquel, pero, sobre todo, momentos inexplicables. Por ejemplo, cierta noche en el apacible paraje de Las Quebradas, P. C. afirmó con rotundidad, roncola mediante, que Diego Tristán formaba parte, junto a Fonsi Nieto y J. A. H., del trío de los mejores conductores de todo el territorio español. Nadie, ni siquiera el propio P. C., supo encontrar sentido entonces a aquello ni nadie sabrá encontrárselo jamás, pero el caso es que la frase permanece todavía, indeleble, en un hueco de la memoria de todos cuantos estuvimos allí. El mero cumplimiento de las reglas, la mera cotidianidad y, en definitiva, todo lo meramente 'explicable' son presa fácil del olvido. Por ello, a menudo es necesario poner en cuestión lo consabido y entregarse a la locura para no acabar siendo un donnadie, y no me refiero a entregarse conscientemente, sino a dejarse secuestrar y desnudarse, perderse uno de sí mismo, confiar en el camino que le hará tomar el instinto puro antes de encontrar de nuevo la cordura y no poder dar porqués acerca de lo ocurrido. Eso es lo que le pasó a P. C. aquel día de agosto de un año cualquiera, también lo que nos pasará hoy a nosotros en este mediodía de feria en el pueblo y lo que le pasaba, precisamente, a Diego Tristán cuando era futbolista del Dépor de Irureta: aún hoy no están claras las circunstancias exactas que habían de darse, pero, casi siempre que controlaba la bola, le abandonaba la consciencia y alcanzaba de forma repentina un éxtasis creativo -similar al del Johnny Carter de Cortázar- que le convertía en el rey del trile sobre el césped. Mientras su cerebro volaba, sus piernas se movían libres de prejuicios con el balón cosido a la diestra hasta depositarlo con maestría en la red rival. Un segundo después, Tristán regresaba a su cuerpo, y de lo inmediatamente acontecido no recordaba nada salvo la certeza de haberlo disfrutado al máximo, al igual que nosotros disfrutaremos de todo lo que ocurrirá durante este mediodía, este frenético mediodía de feria. Y también tal y como haremos mañana cuando nos pidan explicaciones sobre el día anterior, si al exariete del Dépor le hubieran pedido que contara cómo había ejecutado cierto detalle técnico antes de batir al meta rival en su último partido, habría dicho sin vacilar: "No tengo ni idea de lo que me habla, pero fui yo, en efecto".




Foto: Sport.


lunes, 22 de junio de 2020

Fluidez

Domingo.
23:40

 

               Corría, creo recordar, el mes de noviembre y atravesaba yo la capitalina Plaza de Santa María cuando mi querido F. me abordó vía WhatsApp para confesarme ciertas cuitas amorosas. Decidí contestarle con un mensaje de voz. Aunque recién desayunado y con más energía que un perro en celo, empecé a hablar, lo reconozco, algo dubitativo, pero sólo fue hasta que recurrí al símil futbolístico. El entorno ilustre invitaba a hilar fino, como así creo que hice. Me he sentido tentado de transcribir el mensaje original, sin florituras añadidas, pero cabe esmerarse una vez más en practicar el artificio. Qué es escribir sino embelesar.

Lo que le pasaba a F. es que acababa de sumar un nuevo fracaso en su idealizada búsqueda de su media naranja, algo que en las universidades deberían estudiar bajo el nombre de "efecto Mosby". Para ahuyentar pensamientos absurdos, básicamente pretendí hacer ver a mi amigo que la actitud ante la vida lo es todo, yo, el ser más pesimista de cuantos habitan el planeta Tierra. Le recordé cierta vez que N., él y yo salimos juntos en Jaén, en junio o julio del año pasado, cuando no rondaban su cabeza ideas sobre el despecho y el desamor dignas de alimentar guiones de sitcoms norteamericanas. "Ahí estabas tú pletórico, ahí no había huevos", le indiqué, en un alarde de facundia. "Hay que dejarse llevar, hay que afrontar el día a día con más... cómo te digo yo... igual que Rodrygo controla el balón, con fluidez". Cariocas, uno nacido en el 2000 y otro en 2001, extremos, apuestas de futuro, incertidumbres. Son distintos, pero la comparación entre Vinicius y Rodrygo desde que aterrizaron en Madrid es inevitable. Por entonces, la diferencia definitiva entre ambos, para mí, estaba bastante clara y concernía a lo psicológico. Vinicius representaba el paradigma del hombre preocupado. El miedo a los pitos, el peso de los 45 o 50 kilos que costó, el conflicto entre ser fiel a uno mismo y repetir lo que antes acabó en error aunque acabara en error o intentar algo nuevo porque se supone que es lo más correcto, lo más lógico, dos conceptos altamente inflamables. Y ya se sabe: quien juega con fuego, termina quemándose. Igual que ahora, Vinicius en noviembre ya regateaba, porque siempre lo ha sabido hacer, y solía salir exitoso de los duelos, pero luego llegaba el momento de pensar con frialdad y acontecía el descalabro. Literalmente: se caía. Se tropezaba y al suelo. Un mal golpeo de balón, un intento de exhibición técnica en lugar de una solución práctica que acababa en estrépito. Sabía el cómo, pero no el porqué. Palabras sueltas sin relación alguna entre sí, un cúmulo de frases perentorias y rimbombantes pero carentes de orden y contexto. Por el contrario, Rodrygo -le expliqué yo a F.- actuaba por puro instinto. "Controla con suavidad, como una anguila en el agua, pum, controla, regatea, parece... un... parece un... un... un gusanillo moviéndose, pum, por eso lleva dos goles en tres o cuatro partidos de liga que ha jugado y Vinicius ha marcado sólo dos entre el año pasado y este", detallé antes de sentenciar: "Hay que ser más como Rodrygo".

Cuatro meses después, Vini abrió la lata en el recordado Clásico pre-covid que terminó 2-0 para el Madrid, una actuación decisiva que alimentó tímidas esperanzas. Hoy, ocho meses más tarde de aquella conversación por WhatsApp, el brasileño vuelve a destacar en un partido de forma notable. Hay más seguridad en su proceder, menos precipitación. Parece haber aprendido de parte de sus errores y haberse ganado la confianza del vestuario. Ahora sus movimientos y decisiones en el campo se suceden en base a un envidiable rigor sintáctico. Debería coger el teléfono y confesarle a F. mi habilidad escasa para el consejo. Está claro que no hay un sólo camino hacia la felicidad: tanto en lo amoroso como en lo futbolístico también se puede ser como Vinicius.



Fotografía: EFE.


jueves, 18 de junio de 2020

Me quedará la palabra

Martes.

22:43

      Apenas puedo mantenerme en pie. Me siento débil, debilísimo, tanto como un sietemesino. Si alguien me soplara, me diluiría en la atmósfera en una fracción de segundo, si me tocara, provocaría mi derrumbe inmediato, como si fuera un mero azucarillo. Ceniza, escombro y barro. Hoy sólo quiero silencio y alejarme todo lo posible de los gritos furibundos, pero no consigo dejarlos atrás. Dudo que alguna vez lo logre, del mismo modo que hay manchas que duran toda la vida. A mí esta me acompañará siempre.
      Destacar en un titular que Francisco Javier A. G., el presunto asesino de María Belén S. R. y sus dos hijos, era "un hombre de buen trato y correcto", ha sido un error grosero que, aunque no haya dependido sólo de mí, siento como propio. Y se trata del enésimo que uno comete, sí, pero también es el que más me está doliendo, no por la repercusión que ha tenido, ni tampoco porque personas que me conocen y otras a las que sigo y admiro me tachen de energúmeno y digan que soy basura, sino porque no suma, más bien resta, en la necesaria lucha contra la violencia machista, lo cual, dicho así, de forma tan sencilla y directa, suena a hambre de redención barata, a obligada impostura. Por ello siento la necesidad de explicarme más a fondo, de hacer ver que, por supuesto, no pretendía, como he leído, ni blanquear la figura de nadie ni tapar un crimen, que yo no soy así, que no quiero ser así en absoluto y que este error responde bien a la inexperiencia, bien al mal criterio, pero lo único que acierto a hacer es pedir disculpas.

      He vuelto a caer de espaldas. Debería estar inconsciente, pero mantengo los ojos abiertos. De nuevo me sobrevuela la duda acostumbrada: ¿valgo yo para esto?


Miércoles.

11:24

      Hay quien está deseoso de apuntarse un tanto moral a diario. Lo malo es que le basta con escribir un tuit para darse por satisfecho e irse a la cama con la conciencia tranquila -algunos lo hacen simplemente por puro proselitismo-, caiga quien caiga y aunque el encajador esté en la misma trinchera que la suya. No, nadie lo comprueba antes de un ataque tuitero.
      Aquellos con quienes habitualmente estoy de acuerdo, con quienes comparto hasta credo y argumentario, hoy se atreven a afirmar sin miramientos que soy "un mal profesional y una mala persona". Un titular desafortunado -y aislado- les basta para condenarme en juicio sumarísimo, pero -y no tendría que ser necesario- hay que recordar que el que no cojea, renquea.
      Huelga decir que, por supuesto, mis ideas acerca del machismo se mantienen firmes. Seré claro: estoy convencido de que erradicar la cultura heteropatriarcal a través de la educación y la concienciación es posible. Yo continuaré usando mis armas para contribuir a la causa, como hasta ahora, en la medida que pueda, porque siempre, y digo siempre, me quedará la palabra.



miércoles, 10 de junio de 2020

La inspiración

Martes.

21:26

      Esta es mi tercera vida. Al menos, la tercera de 2020. De hecho, si miro algo más atrás, es la quinta en el último año y medio. La inmediatamente anterior fue corta. Empezó, como para todo el mundo, en marzo, un mes después de que decidiera dejar de escribir, no de forma definitiva, estas píldoras intestinales y justo cuando la pandemia de covid en España estalló igual que el jugo de una fruta madura al morderse. Acabó -tampoco fui original en esto- en el momento en el que se pudo volver a salir a la calle. Dos meses que no existen. Me pregunto cómo fueron.
      Es, quizás, paradójico, pero precisamente cuando ha habido que echar el resbalón y encerrarse de forma obligatoria durante tanto tiempo no he sentido la necesidad ardorosa de orear las ideas. Soy hombre de encierro, nunca lo he negado. Hoy que el virus ya recula, o eso parece, he decidido retomar este hábito. Es casualidad, lo juro, que lo haga ahora. Han pasado algo más de treinta días desde mi resurrección, pero ya lo rumiaba cuando comencé a agonizar a finales de abril. En ocasiones he echado de menos esta costumbre, que, normalmente, acompañaba a la del café matutino y necesariamente amargo, y ahora, recién estrenado junio, pienso en todo aquello que habría podido escribir durante estos tres meses y que ya se ha perdido. En un principio decidí dilatar esta diario sui géneris hasta agosto o septiembre, es decir, hasta que hubiera cumplido justo un año, pero, está claro, los planes, aunque se tracen con mimo, pocas veces acaban ejecutándose tal y como fueron ideados. Por eso me declaro enemigo acérrimo de la planificación y el orden. Eso, hoy; mañana, ya veremos.
      En septiembre de 2014, Rafael Álvarez, El Brujo, estrenó el monólogo 'La luz oscura de la fe', inspirado en la figura de San Juan de la Cruz. La 1, en su serial 'Imprescindibles', aprovechó la ocasión para hacer un repaso de la trayectoria del artista y colarse en la puesta a punto de uno de los pases de la gira. En un ensayo del cómico lucentinotosiriano con el músico Javier Alejano, este último, violín en mano, se dispone a hacer una anotación en su partitura, pero Álvarez le detiene: "Lo bueno es no apuntarlo para que, cuando lo hagamos, nos equivoquemos y estemos obligados a hacer otra cosa". A pesar de que el músico trata, tímido, de dejar constancia escrita del giro acordado, El Brujo insiste: "Se apunta después, cuando lo hayamos repetido tres o cuatro veces. A la idea de apuntar hay que decirle: "Detente, cierzo muerto; ven, austro", que es la inspiración".