jueves, 30 de enero de 2020

La identidad

Miércoles.
12:52

Nada más llegar a la redacción y posar las nalgas en mi maltrecha silla -que tantas nalgas de morfología, consistencia y textura diversa soportó antes de hacerlo con las mías-, F. R. me ha confesado que no entiende lo que escribo, que no me pilla la onda: "No entiendo lo que escribes, no te pillo la onda", me ha dicho, y yo le he respondido que eso, seguramente, es más culpa mía que suya. No me hace falta escuchar comentarios como el de F. R. para autoflagelarme. De hecho, poner continuamente en duda la calidad de casi todos los textos que he parido es mi hobbie favorito. Suelo imaginarme una soirée literaria llena de tipos con monóculo y tipas a lo Joplin comentando que no entienden lo que escribo y que no me pillan la onda mientras beben anís del mono, o quizás indicando que, aunque sí entienden lo que escribo, les interesa poco lo que cuento. Las bebidas espirituosas en este caso tampoco faltan. Hay quien le da demasiada importancia a que le entiendan cuando escribe -también cuando habla, pero más cuando escribe- y a que interese lo que cuenta, y por eso, con el tiempo, acaba dejando de escribir lo que quiere para escribir lo que quieren leer otros, lo cual denota poco cacumen y padecimiento de cagalera terrible.



23:28

Hoy la redacción ha estado algo distraída por culpa de la Copa del Rey. Ha sido una de esas tardes preñadas de partidos que te obligan a estar constantemente atento a los marcadores para no perderte ninguna novedad. De repente, un equipo de Tercera o Segunda B marca ante un Primera y se atrinchera con armonía en busca de una victoria épica, y eso es lo más cerca que uno estará en todo el mes de soñar con que triunfar en la vida es posible aun sin privilegios de sangre o de cuna. Con el nuevo formato de partido único sustituyendo a la soporífera ida y vuelta, la cosa gana en tensión, en dinamismo y en incertidumbre, es decir, se vuelve más divertida, y eso se agradece. Como Rocky Balboa en su primer combate contra Apollo Creed, es una oportunidad entre un millón. Hoy ha sido el Ibiza el que ha estado a punto de dar la sorpresa ante el Barça, que se ha salvado a última hora con un doblete de Griezmann. Nos lo han puesto en la tele a petición popular. El juego de los culés ha sido pobrísimo, timorato, demasiado prudente, y eso me ha sorprendido, más que nada, porque Quique Setién pregonaba una cosa muy distinta hace más bien poco.

Quique Setién, por lo que yo sé sobre Quique Setién, lleva sus últimos años de míster lidiando por sobrevivir en un océano revuelto de miedo, y no lo entiendo. Si algo caracterizó a Setién en sus primeros años de entrenador fue su apuesta por la verticalidad máxima que le hizo merecedor de infinidad de halagos. Sus equipos ofrecían un espectáculo desordenado y, a la vez, muy entretenido porque aseguraba goles tanto a favor como en contra, lo cual enamoraba, claro, al espectador imparcial, pero destrozaba con frecuencia los nervios de hinchas propios, que se dividían entre los que se sumaban al aplauso y los que demandaban más consistencia y fiabilidad. Casualmente, los primeros hacían más ruido cuando el equipo ganaba, y los segundos, cuando se caía con estrépito. Y así hasta que, en su año número dos en el Betis, la temporada pasada, optó por hacer caso a estos últimos y traicionar su discurso. Decidido a reducir el nivel de influencia del factor suerte en el marcador final, reformuló su idea y quiso refugiarse en el sobeo del balón. El resultado fue un Betis horizontal y ramplón. Normal, si ni el propio míster creía en lo que dibujaba en su nueva pizarra. Ahora, en el Barça, le sigue pasando lo mismo, pero por razones distintas. La parroquia culé lleva años con morriña del guardiolismo y está ávida de disfrutar de nuevo de una apuesta por el mimo del esférico, eso que llama 'El Estilo'. Recordando aquel primer fútbol alegre del cántabro y confundiéndolo con el guardiolismo -son dos conceptos complementarios, pero no iguales-, se ha deshecho en elogios baratos hacia Setién, en el que ha visto su perfecto clavo ardiendo al que aferrarse, y el míster ha quedado cegado por la ilusión de convertirse en el esperado salvador del tiquitaquismo supuestamente inherente al Barça -una milonga chorreante, porque el Barça ha jugado al toque cuando ha tenido futbolistas para ello, y cuando no, no-. Por eso está haciendo lo que se esperaba de él -magrear el balón- en vez de lo que siempre había hecho hasta hace poco -atacar sin miedo-. Pero como no sabe hacer lo que se esperaba de él, al llevar al extremo la idea del fútbol de toque lo que ha conseguido es un estilo -en minúscula- sobón y aburrido. Conviene no olvidar que mesías culé sólo hay uno y luce el diez en la espalda. De Leo todo el mundo entiende lo que hace sobre el césped, a Leo todo el mundo le pilla la onda, pero eso es porque, como Borges, vive al margen del paso del tiempo. El mortal debe aprender a convivir con la incomprensión y a no traicionarse. Tanto en el fútbol como en la literatura, Quique, es mejor morir de pie que vivir de rodillas.




viernes, 24 de enero de 2020

Hablo con Dios

Miércoles.

1:47

      A veces, lo confieso, hablo con Dios porque Dios, efectivamente, existe, y para eso está, para que se le hable. Yo su voz no la he oído nunca, pero está para eso, sí, para que se le hable y escuche. Dios existe, lo tengo claro, pero no es nada divino, sino último clavo ardiendo, paño de lágrimas y minúsculo punto del techo al que dirigirle súplicas tribuneras. Normalmente consuela gritarle, aunque no te dedique nunca, repito, ninguna palabra. "¿Cómo me haces esto, Dios? ¿Es este el poder que tú tienes?" Dios existe aunque luzca un pelín desconchado, sí, yo le hablo, sí, y cuando lo hago, lo hago solo porque la endeblez se admite en soledad, se asume en soledad. "¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¡Dime algo, habla, escupe!" Dios existe, pero sólo a veces, porque es sólo a veces cuando es necesario ser débil, hacerse un tajo y enseñar viva la carne. Sólo a veces, sólo a veces, hasta que la sangre corra de nuevo mansa, sólo a veces, sólo a veces.



Pasión

Viernes.

12:18

      Esta renovada Copa del Rey de Rubiales, que sigue haciendo distinción de clase, pero que la reduce, me encanta no sólo porque da pie a que se ofrezca más espectáculo que el que se veía con el formato inmediatamente anterior, sino porque revitaliza el amor puro por los colores de barrio, más limpio que ningún otro en el actual universo balompédico y resistente aún a los ataques del mundo vil y deshumanizado.
      No sé exactamente el motivo, pero ver, aunque haya sido desde la distancia, modestísimos estadios desbordados de pasión me ha traído a las mientes estos versos fatales de Abdón Porte (1918):

"Nacional aunque en polvo convertido
y en polvo siempre amante.
No olvidaré un instante
lo mucho que te he querido.
Adiós para siempre."
    
        El 5 de marzo de 1918, el perro del encargado del estadio de Nacional de Montevideo, Severino Castillo, 'El Indio', encontró el cadáver de Porte en mitad del césped. En su mano izquierda, el revólver con el que se había pegado un tiro en el corazón. Junto a su cuerpo, un sombrero de paja que contenía dos cartas, en una de las cuales escribió este canto de amor hacia los colores que había defendido durante siete años. Su historia inspiró a Horacio Quiroga para escribir ese mismo año 'Juan Portí, half back', considerado el primer relato de fútbol de la historia.



martes, 21 de enero de 2020

Lo extraño

Lunes.

18:52

      La analogía es un recurso utilísimo del que, de hecho, suelo acabar echando mano, y ello a pesar de que trato de evitarlo desde hace ya bastante, no porque piense que se me da mal, sino porque creo que me faltan referencias y que ya he acudido demasiadas veces a las mismas. Esa escasez no es sino el fruto lógico de mi vagancia lectora. Pensar en esa circunstancia -que soy un lector vago- a veces me aterra, sobre todo cuando me doy cuenta de que ha ido a más con el paso de los años. La cantidad de libros que reposan en mi mesita de noche a medio terminar es alarmante. En un primer vistazo veo ‘Otra vuelta de tuerca’, ‘El Giocondo’, ‘Patria’ y una recopilación de tres novelas cortas de Tolstoi. A todos les eché un ojo una tarde, demasiado lejana ya, pero son muy pocos los que volví a abrir una segunda, casi ninguno una tercera. Luego están aquellos otros a los que suelo dar picotazos con mucha frecuencia, como si fueran recetarios: ‘Ficciones’ y ‘El aleph’ -que son uno-, ‘Ceremonias’ y ‘Narraciones extraordinarias’, por ejemplo. En esta segunda categoría entran las antologías poéticas. Como si fuera un no-muerto y estos libros, mi Lucy Westenra, bebo de ellos lo que me apetece y, una vez saciado, vuelvo a depositarlos en su lecho hasta que se me abre de nuevo el apetito. ¿Dónde quedó aquel yo capaz de empezar y acabar ‘Historia de una escalera’, ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, ‘El misterio de la cripta embrujada’ y ‘Todos los detectives se llaman Flanagan’ en un día o en dos, a lo sumo? Durante mucho tiempo permaneció en paradero desconocido e incluso llegué a olvidarme de él casi por completo, pero, de la noche a la mañana, regresó, y ahora le veo de cuando en cuando. Se sienta junto a mí, flacucho, encorvado, callado y serio, apenas ajeno a cuanto hay más allá de la puerta del dormitorio. A menudo lo extraño.





domingo, 5 de enero de 2020

Aún no sé cuál es mi estilo

Sábado.
21:23

 

A veces pienso que dedicarme al periodismo está degradando mi forma de escribir, pero no tardo en concluir que exagero. No obstante, sí que estoy convencido de que, como mínimo, me está alejando del que yo considero que, en este huracán de indefinición en el que vivo atrapado, ha sido mi mejor estilo. Redactar noticias todos los días hace que me resulte imposible olvidar al instante los mecanismos del registro puramente informativo cuando tengo un hueco exiguo para pasarme a la narrativa. Por ello, al final, como ni puedo escribir como quiero en el periódico, ni quiero escribir como en el periódico fuera de la redacción, siempre acaban invadiéndome la frustración, el enfado y acaso también la tristeza. Se preguntará al respecto algún cebollino: ¿no es posible desprenderse del estilo informativo, como si se tratara de un mono de trabajo, y, acto seguido, enfundarse el literario, ya planchado y listo para lucirse, y viceversa? Claro que no, la hostia, claro que no, y quien piense que sí es un borrico, amén de un ignorante de cuidado. Para que escribir, se persiga el objetivo que se persiga, no se convierta en un ejercicio impersonal e insulso -y el texto resultante carezca, por tanto, de lo que Caballero Bonald vino a llamar "base estilística solvente"-, uno ha de sumergirse en la tarea hasta el fondo, acostumbrarse al ritmo de las aguas y acabar dominándolas, algo que, lejos de ser moco de pavo, es harto complicado, más aún si se viene de otro mar completamente distinto. La consecuencia de nadar a contracorriente es, por supuesto, el naufragio; la de hacerlo sin haberse adaptado al cien por cien al entorno, el estallido de la decepción, porque, aunque se conseguirá llegar, seguro, a una plácida orilla, esta será otra algo diferente a la que se pretendía alcanzar cuando comenzó el enfrentamiento contra la hoja en blanco. "Saqueo mi vida. Ahí la tienen. ¿Para qué la quieren? Yo, a veces, la prendería fuego", dice Leila Guerriero. En muchas ocasiones deseo hacer eso con mi estilo. Saquearlo. Quemarlo. Lijarlo hasta dejarlo totalmente raso para, luego, reconstruirlo, tallarlo. Jodida Guerriero. Como a Jabois, a ella también tendrían que enchironarla. De nuevo os acuso de incitación a la lujuria estilística.