El otro día, en Twitter, María Elena Higueruelo anunció algo interesante: a lo largo del verano y a través del propio Twitter, va a ir compartiendo un diario de lectura, y siempre que María Elena Higueruelo escribe algo nuevo y decide enseñarlo al resto de mortales sobre la faz del planeta es una buena noticia. Marta opina lo mismo que yo. "Con María Elena me pasa que siento unas cosquillas en la barriga y se me acelera el pulso", me dijo tras leer las primeras entradas del diario. Luego me confesó que no sabe definir el estilo de Higueruelo, pero que lo ve "desnudo, sincero, cristalino". "Eso es una definición", apunté. "Me refiero a definir de forma académica", dijo. Y se rio. Otra vez lo académico tratando de estropear la belleza de lo espontáneo.
viernes, 2 de julio de 2021
Querencia al mito
La poeta ha escogido para este verano un clásico, y más que un clásico, un mito de considerable peso: 'Moby Dick', la historia sobre la obsesión del Capitán Ahab por dar caza a la gigantesca y vengativa ballena que da nombre a la novela. Eso es lo que sabe o, al menos, dice saber todo el mundo. Con 'Moby Dick' pasa como con otros 'imprescindibles': la simple pronunciación del título conmueve profundamente al personal, haya leído o no el libro, como si uno mentara a Maradona en plena soirée futbolera haya visto jugar o no al Pelusa. He ahí la dimensión de la leyenda.
'Moby Dick' es, además, una de mis grandes y eternas cuentas pendientes literarias. No son pocas las que tengo. De hecho, mi lista es tan amplia que hasta me avergüenza reconocerlo -obviaré títulos porque tampoco es cuestión de hacer de la autoflagelación un espectáculo público-. Normalmente me justifico diciendo que carezco de suficiente tiempo libre para leer todo cuanto quiero, pero es un argumento vacío, una suerte de placebo: si eso fuera cierto, la nómina de novelas en espera habría menguado, aunque hubiese sido poco, con el paso de los años. Al contrario, ha crecido. Ello, por lógica, me lleva a plantearme algo espinoso: quizás lo que ocurre es que no deseo leer todos esos libros y que, si me he visto empujado a creer que sí, es porque "se supone" que "debo" leerlos por su aludida condición de 'imprescindibles'. Sin embargo, pronto descarto esta teoría y formulo otra nueva que me convence más -que, sencillamente, me convence-: lo que en verdad me ocurre es que tengo miedo de que la realidad no colme la expectativa. Dicho de otro modo: sufro una excesiva querencia al mito.
Cuando uno se enfrenta a un clásico no parte desde la nada. Al tratarse de un libro archiconocido, archicomentado y archinterpretado, intentar mantenerse al margen de todo el ruido que ha ido generando y acumulando a su alrededor a lo largo de los años es poco menos que una odisea. Quien más quien menos ha leído, escuchado y visto algo referente a lo que otros han dicho, comprendido e imaginado sobre el título en cuestión, y a pesar del obvio desorden, siguiendo la senda que marca ese picoteo de información indirecta se acaba llegando a un oasis compartido, es decir, a una idea común sobre lo que supuestamente el autor quiso contar en y con la novela, o al menos sobre lo más esencial de ello. Y si esa idea es común es también clara, y si es clara es también fija.
Es decir, si a mí me pidieran ahora mismo un perfil del Capitán Ahab, escribiría sin vacilar que es un tipo chúcaro, decidido, enigmático y cautivador. Pero, sobre todo, destacaría que su mencionado afán enfermizo por acabar con la criatura marina es una alegoría del eterno deseo humano por alcanzar lo imposible. Y de todo eso estoy totalmente convencido sin haber leído ni una página del libro. Es algo que, como digo, "se sabe" y que el tiempo, como siempre, se ha encargado de magnificar. Lo dice Muñoz Molina en ‘Moby Dick. La atracción del abismo’: “Más que un símbolo, más que una alegoría: un mito”. A alimentar esa leyenda ha ayudado el hecho de que ese mito haga referencia a algo tan humano, la búsqueda de lo inasible, y además con el mar como escenario, el ancho mar, del que nunca se sabrá todo o lo suficiente.
En ese contexto de certezas adquiridas la imaginación queda vilmente limitada, y por lo tanto cuando yo me siente, al fin, a leer 'Moby Dick' será, más que para 'descubrir', para 'confirmar', esto es, para comprobar si todo lo que sé o creo saber de la novela 'está' verdaderamente en la novela, con el consiguiente riesgo de no conseguirlo. La decepción en el caso de toparme con un Ahab alejado del que yo he construido de forma ajena al libro y de que el personaje sea 'menos mítico' de lo que yo pensaba sería mayúscula. ¿Y hasta qué punto es eso necesario? ¿Quién soy yo para hacer tambalear unos pilares tan férreos y moldeados con tanto mimo por el tiempo? Calculo que acabaré 'Miss Marte', de Jabois, en dos semanas, dos semanas que restan para empezar a leer 'Moby Dick'.
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