Martes.
19:37
Recorro
la bahía de Santander sumergido en su concurrido y dilatado silencio, alcanzo
las esculturas de Los Raqueros, junto al Muelle de Calderón, e inevitablemente
me acuerdo de mis primeras veces ante el mar. Los raqueros eran unos niños
huérfanos y vagabundos que, entre finales del XIX y principios del XX,
frecuentaban los muelles de Santander y sobrevivían de lo que sacaban en
pequeños robos y de las monedas que la gente les tiraba al mar para que las
buscaran buceando. Al contrario que aquellos pícaros de Puertochico, yo de
pequeño temía a las olas hasta tal punto que era incapaz de acercarme apenas a
la orilla aun con las aguas en calma. A pesar de eso, cuando íbamos a la playa,
mis padres, como cualquier eufórico padre con hijos en edad preescolar, hacían
manifiesta su autoridad sobre mí de la manera más cándida y cruel: ajenos a mi
fobia -o frivolizando con esta-, me cogían de las manos, me conducían a la
fuerza al agua y me obligaban a bañarme. Yo pataleaba y chillaba como si me
fuera la vida en ello hasta que, agotados, decidían dejarme en paz. Ahí comenzó
a forjarse mi estigma como niño raro que hoy llevo, con orgullo, por bandera.
De hecho, ese miedo todavía perdura, pero sólo de manera ecoica o residual, con
otra forma distinta, más compleja y más cercana al socorrido eufemismo del
respeto. Ahora, cada vez que lo desafío desde la distancia, el mar ruge para
dejarme claro que acepta el reto y me advierte del alto precio que tiene mi
osadía con una sencilla muestra de su poder: sin esfuerzo alguno dirige hacia
mí un suave oleaje que trae consigo el recuerdo de aquel miedo original. Al
carecer de las armas adecuadas para combatir el peso del pasado, me hago
diminuto y, sin remedio, acabo reculando, pero un segundo después todo vuelve a
la normalidad: el recuerdo no tarda en acudir a la sombra igual que las olas,
prestas, regresan a su matriz tras romper en la orilla. He ahí acaso la clave
del misterio que me sigue atormentando: la extensión inabarcable del mar es la
latitud de la memoria.
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Panorámica del mar desde la bahía de Santander. |
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Estatua de uno de los raqueros tirándose al mar. |
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