Viernes.
1:28
Estoy perdiendo la voz, y eso significa que estoy perdiendo la inocencia. Durante mucho tiempo quise entrar en un saloon en el minuto 120 con un Spencer y gruñir aquello de quién es el dueño de esta pocilga, pero ni me he cuidado nunca la garganta ni mis jodidas cuerdas vocales son las de Constantino Romero. Mateu tampoco las tiene, pero no le importa hacerse la pregunta a sí mismo mientras se mira al espejo antes de salir a pitar cada partido: -"¿Quién es el dueño de esta pocilga, Mateu?" / -"Tú, eres tú", se contesta.
Esta noche no dan ni un western ni fútbol en la tele, sino boxeo. Eso me recuerda que hubo una época en la que también quise gritar Adrian desde el ring. Aunque tampoco hubiera podido. O sí, pero no se me habría oído lo suficiente. No sé si a Primitivo Rojas se le hubiera oído, pero seguro que se le hubiera entendido mejor que a mí. Él confesó hace tiempo que, siendo joven, se propuso no dejar de entrenar hasta conseguir que su dicción fuese perfecta. Lo logró, no cabe duda; de hecho, practica la silabación pulcra hasta en la farmacia. Eso tiene un contratiempo: en la vida cotidiana es difícil que alguien te tome en serio si hablas así. Es más, si Primitivo Rojas entrara en un saloon con un Spencer preguntando por la identidad del dueño de esa pocilga y yo estuviera saboreando un güisqui en la barra, no le haría ni puto caso aunque llevara puesta la careta de Clint. Hablando de caretas, aún no me he quitado la del viernes y ya es lunes. Ayer, en el cine, Ricardo Solans le puso voz por vez enésima a Robert de Niro. En otra sala, hacía lo propio con Stallone. Como hace treinta años. Ni Mateu Lahoz, ni Joaquin Phoenix, Ricardo Solans es el dueño de esta pocilga llamada supervivencia.
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