miércoles, 23 de octubre de 2019

Efectivamente

Miércoles
8:39

      Efectivamente, aún no he terminado el relato. Es más, no he vuelto a escribir nada desde que lo dejé el sábado. Huelga decir que sabía de sobra que era eso lo que iba a ocurrir. Ahora, aunque quede más día por delante del que debiera, resulta obvio que no podré acabarlo. Ni siquiera lo intentaré, claro.
Si queda más día por delante del que debiera es porque mi vecina del piso de arriba ha vuelto a afilar los tacones y, tras enfundárselos, los ha usado para taladrar el suelo -mi techo- mucho más temprano de lo que yo merecía. Es usted bajuna, vecina del segundo, y lo peor es que no lo sabe, porque de esto habría de darse cuenta. Quizás la convierta en personaje, pero no en el relato que empecé el sábado, sino en otro. Más tarde tomaré algunas notas.

23:26

      La jornada ha vuelto a alargarse más de lo esperado. Tampoco he tomado nota alguna. Pero, oh, silencio: la lluvia.



sábado, 19 de octubre de 2019

La pelliza

Jueves.

23:08

      Escribir a contrarreloj un relato cansa tanto como tratar de salir airoso de una noche en la Feria de San Lucas. Ambas experiencias te llevan al límite en el plano físico, en el intelectual y hasta en el emocional. Cuesta mucho recuperarse, pero en los dos casos siempre juro que no volveré a pasar por ello el mismo número de veces que me prometo hacerlo de nuevo. Apatía, public enemy number one.


Viernes.

12:06

      Hoy, como otros días en los que llevo prisa, he decidido no desayunar y pillarme un maldito cruasán relleno en la máquina expendedora de la redacción. En lugar de una tostada y un café hirviendo. No es la primera vez que lo hago y me arrepiento. El hombre es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra.



Sábado.

11:47

      A acudir a la feria me he resistido este año, pero, a cambio, he empezado un nuevo relato. Me he propuesto tenerlo terminado el miércoles. Habrá noticias al respecto.


19:54

      Va pegando la pelliza. Ya era hora.



miércoles, 9 de octubre de 2019

Hoy me han hecho indefinido

Martes.

00:26

      Hoy me han hecho indefinido. No lo digo con jactancia: uno a veces se beneficia de las circunstancias y punto. Ni siquiera he acogido la noticia con alegría. Se lo he comunicado a todo el mundo, sí, pero, más que porque estuviera contento, porque se supone que debía estarlo. Ser indefinido te ata a un lugar, y yo nunca me he imaginado veinte años en un mismo trabajo. Ni diez. Ni cinco. Es más, hasta ahora, siempre que he llegado a un sitio ha sido pensando cuál iba a ser mi siguiente paso fuera de allí. El atractivo de las cosas que deseas dura lo que tardas en acostumbrarte a ellas una vez alcanzadas; después, se convierten en una sombra más del bizantinismo urbano. Estar encadenado a algo hace que la existencia se vuelva algo gris.
Esta noche tampoco me ha dado tiempo a coger el bus, por lo que he tenido que volver andando desde la redacción. En realidad, no es algo que me importe demasiado. Incluso lo deseo la mayoría de las veces. Se trata este del momento del día, junto al desayuno, en el que estoy más lúcido, y necesito dilatarlo y aprovecharlo todo lo posible. Esta vez, regresar a patita -ahora que hablaba vagamente de cromatismo citadino-, me ha servido para advertir algo curioso: la metrópoli es mucho más rica en colores de noche que de día. O quizás lo adecuado es decir que los colores se vuelven más ricos tras la puesta de sol. Esa circunstancia te inspira perspectivas intrépidas y aberrantes. ¿Qué ocurriría si decidiera esfumarme sin dejar rastro? Una madrugada indefinida. Eso sí lo firmo ahora mismo sin ningún reparo. 



domingo, 6 de octubre de 2019

Estoy perdiendo la voz

Viernes.
1:28

      Estoy perdiendo la voz, y eso significa que estoy perdiendo la inocencia. Durante mucho tiempo quise entrar en un saloon en el minuto 120 con un Spencer y gruñir aquello de quién es el dueño de esta pocilga, pero ni me he cuidado nunca la garganta ni mis jodidas cuerdas vocales son las de Constantino Romero. Mateu tampoco las tiene, pero no le importa hacerse la pregunta a sí mismo mientras se mira al espejo antes de salir a pitar cada partido: -"¿Quién es el dueño de esta pocilga, Mateu?" / -"Tú, eres tú", se contesta.
      Esta noche no dan ni un western ni fútbol en la tele, sino boxeo. Eso me recuerda que hubo una época en la que también quise gritar Adrian desde el ring. Aunque tampoco hubiera podido. O sí, pero no se me habría oído lo suficiente. No sé si a Primitivo Rojas se le hubiera oído, pero seguro que se le hubiera entendido mejor que a mí. Él confesó hace tiempo que, siendo joven, se propuso no dejar de entrenar hasta conseguir que su dicción fuese perfecta. Lo logró, no cabe duda; de hecho, practica la silabación pulcra hasta en la farmacia. Eso tiene un contratiempo: en la vida cotidiana es difícil que alguien te tome en serio si hablas así. Es más, si Primitivo Rojas entrara en un saloon con un Spencer preguntando por la identidad del dueño de esa pocilga y yo estuviera saboreando un güisqui en la barra, no le haría ni puto caso aunque llevara puesta la careta de Clint. Hablando de caretas, aún no me he quitado la del viernes y ya es lunes. Ayer, en el cine, Ricardo Solans le puso voz por vez enésima a Robert de Niro. En otra sala, hacía lo propio con Stallone. Como hace treinta años. Ni Mateu Lahoz, ni Joaquin Phoenix, Ricardo Solans es el dueño de esta pocilga llamada supervivencia.



viernes, 4 de octubre de 2019

¿Cuál es mi estilo?

Jueves.
1:38

        Hay algo que nunca he confesado y que hoy, vaya usted a saber por qué, necesito revelar, por muy doloroso que sea para alguien como yo, que aspiro a malvivir escribiendo: no tengo estilo propio. Ni literario ni periodístico. Cero. Me refiero a eso que llaman ‘la voz’ o ‘el estilema’. No, no he 'encontrado' mi 'voz' -y creo que aún ni siquiera soy consciente de lo ardua que resulta la tarea-. Cuando me siento ante la página en blanco y empiezo a escribir, lo único que hago es limitarme a imitar al novelista o al articulista trend de turno. Leo, por ejemplo, un texto de Jabois, me empapo de su prosa y trato de imprimirlo en mis textos. Y así con unos y con otros. Por eso digo que no tengo estilo: la manera en la que escribo, más allá del criterio de elección, no tiene nada de mí, sino que se compone de cientos de pequeños matices de otros. La consecuencia: me convierto en un trasunto fallido de cualquier genial juntaletras y, lo que es peor, en un ratero de tres al cuarto. Deberían ponerme unas esposas. Deberían llevarme a juicio. Los cargos: presunto autor de robo continuado. Imagino a mi abogado intentando defenderme: "Con la venia, su Señoría. Los estilos completamente puros no existen. Es imposible esquivar cualquier clase de influencia". Un argumento naif que no me salvaría. En absoluto. La legitimidad del estilo -diría el fiscal- no depende de su pureza, sino del grado de intencionalidad a la hora de perpetrar los hurtos necesarios para construirlo. Deberían declararme culpable. Deberían encerrarme en un penal. No obstante, si se ahonda en el asunto, es fácil llegar a un tema algo escabroso. Si no es posible librarse de la tentación de imitar un estilo admirado, ¿no cabe preguntarse cuánta responsabilidad tienen ellos, los geniales juntaletras, en la consumación del delito? ¿No habrían de cargar con parte del peso de la culpa? ¿No deberían, al menos, lanzar una advertencia acerca de cuán peligroso resulta acercarse a su sintaxis adictiva y fatal como el canto de las sirenas? Manuel Jabois es una sirena. Manuel Jabois debería ingresar en chirona.