martes, 31 de diciembre de 2019

Last night

Martes.
21:48

 

Analizar la fiesta de nochevieja es utilísimo para conocer la etiología del borreguismo. Se celebra porque se celebra, y punto. “-¿Por qué la celebras tú?” / “-Porque se celebra, porque es nochevieja, porque se acaba el año” -dicho así, con cara de perro pachón. Y punto. "Porque se acaba el año". He ahí un argumento aplastante. Se acaba, sí, ¿y qué? También se acabaron febrero, junio y octubre, pero no montamos una fiesta en esos casos. Mañana seguirá todo en el mismo sitio en el que lo dejarás hoy. No se terminará nada ni empezará nada nuevo, exceptuando tu suscripción a Netflix y Spotify. El paso de un año a otro no supone más que un cambio de dígito, y por eso nochevieja es una fiesta inútil que, además, atenta contra el instinto de supervivencia en su sentido más básico. Estamos empeñados en subsistir a diario, pero aprovechamos, sin embargo, el 31 de diciembre para forzar una despedida del todo vacía. Y digo bien: nosotros. Porque yo, igual que tú, soy un borrego y, además, el mayor hipócrita sobre la faz del planeta. Yo, igual que tú, también me he despertado con taquicardia por la presión de tener que escribir un final a la altura de las circunstancias y la necesidad de dejar secos todos los bares y cafepabs de este mi querido e insigne pueblo. Por supuesto, he sido débil y he hecho lo que se esperaba de mí -qué menos-, de modo que, seguramente, lo que me mueve a hablar ahora es un ataque de ira jupiterina. Heme aquí, tumbado como un bon vivant en horas bajas tras haber estado regalando el gaznate durante ocho horas para, en quince minutos, levantarme con las pilas recargadas y dispuesto a ver amanecer subido a una farola. Y ello a pesar de que no creo en esto. Las emociones no pueden cercarse en 365 días, de modo que no te deseo todo lo mejor, acompañado de un sinfín de manidos etcéteras, sólo para 2020, sino para siempre. Feliz año, por tanto, se queda corto; será mejor decir feliz vida.


miércoles, 18 de diciembre de 2019

El remate

Miércoles.
00:51

 

José Ángel Valente me ordena cantar "como un pájaro ciego en este día indescifrable de perdón", pero la voz no brota de mi garganta lacerada. Es culpa, quizás, del viento decembrino, que se cuela por la boca como una navaja, pero lo descarto: resulta que la metástasis se extiende al plano escrito. Sé que tengo algo que contar, y el concepto se dibuja meridianamente en mi cabeza, pero es despegar los labios o enfrentarme a la hoja en blanco y convertirse la idea en una sombra. Creo que antes no tenía ese problema, o quizás sí, pero lo resolvía con más facilidad. ¿La clave del cambio? La desconozco. Puede que ahora sea más paciente, puede que menos conformista.

 

1:15

Como Gil de Biedma, "me avergüenzo de los palos que no me han dado". También me alegro de los que sí. Deberían haber sido más, ojalá hubieran sido más. Uno necesita siempre que le digan lo malo que es haciendo lo que más le gusta. Sólo así no decaerá el afán por demostrar lo contrario.

 

1:42

Estoy escribiendo sin saber adónde voy a llegar. Lanzo una primera palabra, ligeramente repaso mi entorno, lanzo una segunda y trato de enlazar ambas. Pienso que algo así es lo que hace Vinicius sobre el césped. Él se empeña en fintar una vez y otra sin tener antes claro que ello debe servir para algo. Esto que escribo, ¿para qué sirve si no lo remato en condiciones?

 

20:52

Acaba la primera parte del Clásico en el Camp Nou. Sin goles. El Madrid de Zizou tampoco tiene remate, aunque sí que teje los prolegómenos con sentido. Es como la prosa campanuda. La poesía de la experiencia, por su parte, se parece algo al mourinhismo: por un lado, el estilo de ambos genera un intenso debate en torno a la belleza; por otro, no han sabido decir adiós cuando debían. La narrativa de Jorge Luis Borges, ah, la narrativa de Borges, es el maldito Barça de Pep.

 

21:03

Mostrarme optimista durante un Clásico nunca me ha dado buen resultado. I shall kill no albatross.

 

21:37

Veo Árboles Retorcidos.

 

22:16


           Empate a cero. Ganar como sea, pero ganar, o tratar de hacerlo de forma genuina y arriesgarte a quedarte en el camino. Ni este partido ni este texto ayudarán a sacar conclusiones sobre ello.

Foto: árboles retorcidos en Otíñar.


viernes, 6 de diciembre de 2019

La muerte de Fernando Martín

Viernes.
00:31

      De Fernando Martín hay una imagen que no me quito de la cabeza. Entre los restos de su Lancia Thema carmesí, un amasijo de hierros tras el accidente que le costó la vida en un 1989 próximo a la extinción, reposaba, sobre el asfalto de la M-30, una foto. En la misma aparecía Fernando, imponente, hercúleo y vistiendo la camiseta madridista, pero su sonrisa, antes envidiable e impoluta, estaba manchada de gotas de sangre aún fresca, que era la suya propia. Aquello lo recogieron las cámaras de televisión de la época, y ese plano se convirtió en el eufemismo perfecto del desenlace mortal del suceso. "Los bomberos tuvieron que rescatar el cuerpo, ya inerte, de entre los hierros retorcidos", informó Matías Prats en Televisión Española. Una estructura humana que parecía indestructible, reducida a la contorsión grotesca. Hoy aquello se habría tachado de sensacionalista, pero, entonces, nadie alzó la voz contra la manera de tratar la noticia. No sé si ahora somos más sensibles; quizás sí más sensatos. Al menos en este aspecto.
Lo primero que supe de baloncesto fue Fernando Martín; lo segundo, su muerte. Por eso, cada vez que vuelve a hablarse sobre él o que reproduzco vídeos en los que se recopilan sus jugadas, no puedo evitar, en cierta manera, sobrecogerme, acaso también compadecerme: da igual lo que vea o lo que me cuenten, porque ya sé el final terrible de la historia. Borges escribió una maravilla de poema, compuesto por dos sonetos y titulado 'Ajedrez', en cuyo terceto final dice: "Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonía?" Tampoco yo tengo una respuesta, pero, sin duda, ese Dios detrás de Dios -naturaleza, sino, el nombre no me importa- lanzó aquel 3 de diciembre ochentero una advertencia: "Puedo crear una obra maestra sin esfuerzo y, si quiero, sin esfuerzo puedo destruirla". ¿Quién -pregunto yo-, quién está a salvo de la podredumbre de la existencia?