miércoles, 21 de octubre de 2020

La ejecución

Martes.
23:28

Ayer, Ansu Fati marcó un gol con la espinilla para deleite del frangollero y para espanto de los puristas. Con la espinilla, sí, pero para adentro que fue la bola, como también acabó en la red aquel otro balón que golpeó de puntera contra el Celta, aunque algunos estirados se tiraran de los pelos. Lo importante no fue la estética de los goles, sino que ambos le dieron puntos al equipo. Aún me acuerdo de un aplaudido y barroco tanto de Tristán ante el Mónaco, uno de los mejores de la Champions 2003-2004, pero no sirvió para nada: su equipo, el Dépor, cayó por 8-3.

Hay cierta similitud entre marcar con la espinilla y hacer el Periódico J. Ambos casos consisten en la búsqueda de la solución más efectiva para un problema, llámese tener que rematar un mal centro esquivando la presión de un defensa, llámese tener que finiquitar 56 páginas en cuatro horas entre seis personas. La belleza es algo secundario si se logra el objetivo: anotar un gol que sea trascendente para el resultado final o entregar las páginas a tiempo para que la edición de mañana se reparta a su hora. Qué más da que el remate sea feo o que haya erratas. Al día siguiente nadie recordará la confección, sólo la consecuencia.

               Pero incluso en el pragmatismo hay escalas. El año lo desconozco, pero tuvo que ser, supongo, en los impetuosos noventa. El exbético Poli Rincón afrontaba los exámenes técnicos para sacarse el título de entrenador de fútbol, uno de los cuales consistía en rematar de cabeza tres centros laterales. Rincón, consumado cabeceador a pesar de su estilo poco ortodoxo, batió al portero las tres veces, pero, sin embargo, suspendió el examen. Cuando le pidió explicaciones al examinador, la respuesta que obtuvo fue contundente: "Usted no ha ejecutado bien los remates". "¡Pero si he metido los tres!", exclamó el siempre pasional Poli, quien, a base de remates mal ejecutados, había marcado más goles en Primera con el Betis que ningún otro. Su récord de 78 tantos lleva sin batirse más de treinta años. Nadie recuerda cómo anotó ninguno. El 10 de mayo de 1995, Nayim hizo lo más práctico que puede hacer un futbolista que se encuentra un balón botando en el centro del campo con un portero adelantado: pegarle fuerte y muy arriba para probar suerte. Aquella rústica apuesta le salió perfecta. Batió a Seaman, el Zaragoza se impuso al Arsenal 2-1 y se llevó la Recopa. Fue uno de los únicos cinco goles que Nayim marcó en cuatro temporadas en el conjunto maño. Nadie recuerda cómo fueron los tantos de Rincón, todos recuerdan el gol de Nayim. Hacer el Periódico J. Escribir. He ahí la diferencia.



Foto: realbetisbalompie.es


martes, 13 de octubre de 2020

Despedidas

Lunes.
23:39

 

María Elena Higueruelo, en ‘Los días eternos’, asegura que la despedida comienza mucho antes que la separación, y es cierto. Yo llevo diciendo adiós durante al menos un año y medio al Periódico J aun sin saber en qué fecha exacta dejaré esto, pero sé que lo dejaré, y eso me basta en este caso atípico. Las despedidas no suelen ser tan precoces, sino que empiezan cuando la separación está cerca. Recientemente he vuelto a comprobarlo. N. y yo hemos dejado el piso de la calle San Clemente -ni dos semanas hace-, y aunque supimos en agosto que nos iríamos en octubre, en mi caso los adioses no comenzaron hasta la última semana de septiembre. Y digo adioses, y no adiós, porque, en efecto, cuando la separación ya era inminente, mi día a día se llenó de posibles últimas veces. La posible última vez que miraba por la ventana de ese salón, la posible última vez que escuchaba al estanquero abrir la puerta del local desde ese sofá, la posible última vez que usaba la vitro en esa cocina, la posible última vez que me duchaba en ese cuarto de baño escuchando 'Los mejillones tigre', el posible último lunes, el posible último martes, el posible último miércoles entre esas paredes... esto es, las posibles últimas veces de cosas que, en esencia, volveré a hacer, que volveré a vivir, pero nunca más allí ni en las circunstancias que al hacerlo allí se daban, nunca más en el espacio único que ocupan esa ventana, ese salón, ese sofá, esa cocina y ese cuarto de baño, nunca más en la microparte del universo contenida entre esas paredes. Uno es en cada momento la suma de cuanto hace y le rodea -de cuanto hace según lo que le rodea- y eso incluye este conjunto de ripios y nimiedades. Por ello, cuando alguien parte de un lugar sabiendo que nunca regresará, no sólo se separa de este, sino también de una fracción de su yo con la que tampoco volverá a reencontrarse y que, con el tiempo, quedará en el olvido. Dependiendo del caso, tal clase de olvido hasta puede llegar de forma instantánea, porque incluso en el sincero acto de decir adiós se cae en la discriminación si no se tiene en cuenta ese yo-fragmento. ¿Existe una angustia mayor que el miedo a olvidarte a ti mismo?